N.º 53La autoficción teatral

 

ENTREVISTA DE MARIO DE LA TORRE-ESPINOSA[1]

“el yo es siempre una sinécdoque innegable del mundo”
Sergio Blanco, 2020

 

Sergio Blanco

Sergio Blanco 1

Sergio Blanco (Montevideo, 1971) es un director de escena y dramaturgo franco-uruguayo que ha hecho de la autoficción uno de sus rasgos autorales más reconocibles. Esta alternancia en la escena de un yo público con un yo privado ha sido exhibida en obras de gran éxito como Tebas Land (2012), Ostia (2013), La ira de Narciso (2014), El bramido de Dusseldörf (2016), Cartografía de una desaparición (2017) o Cuando pases sobre mi tumba (2018). Entre los premios recibidos se encuentran el Premio Internacional Casa de las Américas, el Premio Theatre Awards al Mejor Texto (Grecia) o el Award OFF West End (Reino Unido).  Sus textos se han estrenado en más de veinte países y han sido traducidos al inglés, francés, catalán, alemán, portugués, italiano, turco, japonés, hindi, hebreo, farsi, árabe, neerlandés o noruego.

MARIO DE LA TORRE-ESPINOSA. ¿De dónde nace su pulsión autoficcional?

SERGIO BLANCO. Yo creo que nace de la necesidad de intervenir en mi propia historia y de construir un relato por medio del cual me voy inventando y reinventando permanentemente. El procedimiento autoficcional me permite ir concibiéndome yo mismo a mí mismo, y entonces en cada nueva autoficción me voy engendrando de distintas maneras. Debo confesar que este mecanismo de ir proyectándome en distintas situaciones es algo muy placentero y gratificante. Si seguimos la lógica de que la ficción nos permite experimentar mundos imposibles, entonces la autoficción nos permite proyectar el yo a esos mundos. Y esto último es muy entretenido porque uno puede experimentar así distintas vidas. Esto es lo que explica que cada alter ego de mis textos, si bien es similar a los demás, también difiere mucho porque en cada pieza nueva se proyecta en un campo de ficción diferente. Mi alter ego de La ira de Narciso no tiene nada que ver en varios aspectos con el de Cuando pases sobre mi tumba. La idea es ir reinventándome siempre igual pero también siempre distinto, ya que esto afirma la continuidad y, a su vez, la discontinuidad del yo. De esta forma mis alter ego se van encadenando en una secuencia variable e inconstante de mí mismo. Y esto me gusta mucho porque me permite no ser siempre el mismo y poder vivir infinitas vidas imaginarias. En cierto modo se trata de poder experimentarme en un juego infinito de posibilidades y eventualidades. Yo pienso que todo esto es algo que le debo a mi curiosidad y a mi ansiedad por querer vivir todas las vidas posibles e imposibles. De niño le preguntaba muy seguido a mis padres por qué razón yo no era otro. Ser lo que ya era me resultaba insatisfactorio, aburrido y hasta tedioso. Creo que es a partir de allí que empecé a interesarme más por lo que yo no era que por lo que ya era. Pienso que mi impulso autoficcional viene de allí: yo ya soy yo, ahora quiero poder ser otro. Debo reconocer que todo esto plantea una cierta paradoja porque en la autoficción si bien uno busca trabajar a partir de su propio yo –siguiendo el precepto de que no hay experiencia más fascinante que ser uno mismo–, al mismo tiempo, en algún lugar, también busca ser otros yoes distintos del que ya se es.

Cuando pases sobre mi tumba, texto y dirección de Sergio Blanco.

Cuando pases sobre mi tumba, texto y dirección de Sergio Blanco. 2

M.T.E. ¿Qué tipo de experiencias artísticas le hicieron interesarse por esta forma de expresión?

S.B. Lo que me llevó a interesarme por esta forma de expresión fue la lectura de toda una serie de textos literarios que, si bien desde un punto de vista técnico no pueden ser considerados como autoficciones, son textos que, sin embargo, pueden ser definidos como escrituras del yo. Me refiero a toda una serie de textos teñidos por un cierto solipsismo, es decir, por aquella creencia metafísica que postula que la realidad externa puede ser comprensible a través del yo y que, a la luz de este razonamiento, invitan a desarrollar un pensamiento autorreflexivo. Hubo sin lugar a duda dos de estos textos que me marcaron profundamente: la lectura de varias de las Epístolas de San Pablo y la lectura de las Confesiones de San Agustín. En todos estos textos me fui maravillando con la manera en que sus autores iban desarrollando sus doctrinas, sus pensamientos y sus reflexiones al mismo tiempo que los iban alternando con relatos de sus experiencias vivenciales. Y al igual que estos dos escritores conocieron cada uno sus respectivas conversiones al cristianismo, San Pablo cayendo de un caballo en su camino a Damasco y San Agustín al oír una voz que lo invitaba a la lectura en un jardín de Milán, del mismo modo, yo también sentí ese procedimiento de conversión –en mi caso se trató de una conversión literaria– que me llevó hacia la autoficción. A estas lecturas le sumaría una tercera que también fue fundamental en lo que compete a mi iniciación en la autoficción, y que fue el estudio de los Ensayos de Montaigne, quien nos advierte desde el inicio: “yo soy yo mismo la materia de mi libro”. Ahora, si bien es cierto que estos tres autores fueron decisivos en lo que yo llamo mi camino de conversión a la autoficción, esta conversión fue provocada no solo por estas experiencias literarias, sino también por un viaje que realicé en África donde estuve trabajando en una misión humanitaria. Esta experiencia, sin lugar a duda, me marcó mucho. Muchísimo. Demasiado. En ese viaje hubo algo que se quebró en mí. Y que se quebró para siempre. Se trató de algo que en su momento fue muy doloroso, hasta que, poco a poco, fui descubriendo que de esa fractura estaba surgiendo algo nuevo, algo que en cierta forma era reparador, reconstructor, restaurador… Ese algo fue la autoficción.

M.T.E. Uno de los elementos más llamativos de su producción es su reflexión ensayística en torno a la autoficción. ¿Hasta qué punto cree necesario que el autor teatral deje constancia de su pensamiento artístico en escritos de índole teórica? 

S.B. No. No creo que se sea forzosamente necesario que un autor deje constancia de su pensamiento teórico. Yo lo hago porque para mí es indisociable crear y pensar. Y esto seguramente es debido a mi doble condición de pertenecer al mundo de la academia y, al mismo tiempo, al mundo de la creación artística; dos mundos opuestos pero que se complementan de manera extraordinaria. Siempre digo que el arte crea el mundo y que la academia lo piensa. En mi caso, todo lo que reflexiono, trabajo e investigo con mis equipos de investigación o con mis estudiantes luego lo llevo a los ensayos para intentar experimentarlo en la materialidad del escenario y de los intérpretes. Y viceversa, todo lo que va surgiendo en los ensayos con los actores, actrices y diseñadores, lo propongo luego en mis clases o en mis proyectos de investigación.

M.T.E. ¿Y qué importancia le otorga a la investigación cuando emprende una creación? 

S.B. Siempre necesito ir pensando todo lo que voy creando, es decir, necesito ir meditándolo, analizándolo, examinándolo y, sobre todo, necesito ir compartiéndolo con mis estudiantes o con mis colaboradores universitarios para poder comprenderlo mejor. Estoy convencido de que la forma más acertada de comprender es por medio de la compartición del conocimiento. Yo necesito confrontar permanentemente mis ideas con los demás. Necesito exponerlas, arriesgarlas, discutirlas. Necesito que me digan que estoy errado. Necesito que estén en desacuerdo conmigo. El disenso para mí es fundamental. Tan fundamental que cuando mis equipos empiezan a estar muy de acuerdo conmigo, inmediatamente empiezo a desconfiar de lo que estoy pensando. Esto último me sucede muy seguido. Para mí es necesario ir reviendo permanentemente todo lo que voy comprendiendo. No concibo el conocimiento como un dogma, sino como algo biodegradable que está en perpetuo cambio.

Cuando pases sobre mi tumba, texto y dirección de Sergio Blanco.

Cuando pases sobre mi tumba, texto y dirección de Sergio Blanco. 3

M.T.E. En sus obras se puede constatar una continuidad en ciertos temas y motivos: los listados, el sexo, las drogas, la pornografía, el crimen, la religión o Wikipedia. ¿En qué medida intenta crear un retrato congruente de estos elementos a lo largo de su producción autoficcional? Quiero decir, ¿procura controlar la continuidad de los personajes y temas para lograr una determinada coherencia?

S.B. Me gusta la idea de pensar que todas mis obras son una misma obra. Muchas veces pienso que, en definitiva, estoy escribiendo el mismo texto. Imagino que es por eso por lo que usted detecta esa idea de coherencia en ciertos temas. Lo tomo como un elogio que le agradezco profundamente. Me seduce pensar que todos mis libros son un solo libro. En todas mis piezas, si bien es cierto que cambian los paisajes, las circunstancias, las épocas, los contextos, los personajes o las situaciones, también es cierto que, de alguna manera, se trata siempre de la misma historia: un yo –constante e inconstante– que se enfrenta a la contemporaneidad que le ha tocado vivir. Es como si en cada nueva pieza asistiéramos a un nuevo capítulo de una obra mayor que todavía está inconclusa. Y lo interesante justamente es ver cómo esos temas se declinan en cada nuevo texto. El asunto de la religión, por ejemplo, no es abordado de la misma manera en El bramido de Düsseldorf que en Ostia o en Tebas Land. Ahora bien, más allá de este deseo de que todas mis piezas integren las partes de una obra mayor, me parece que todo creador está siempre habitado por toda una serie tópicos que caracterizan su obra, ¿no? Si hay determinados temas que aparecen en mis textos de forma recurrente, creo que es porque son temas que viven en mí. Uno escribe con los asuntos que están alojados en uno. Algunos de esos tópicos que uno alberga son gratificantes y otros son dolorosos, pero más allá de lo agradable o lo desagradable, todos comparten algo: forman parte de uno, son los distintos fragmentos de lo que somos. Podríamos decir que nuestros tópicos son nuestros trópicos, es decir, esas zonas que demarcan y delimitan nuestras cartografías. A mí me agrada mucho poder albergar y hospedar todas mis experiencias, y trabajar a partir de ellas. Por eso mismo, si todos esos temas aparecen recurrentemente en mis piezas es porque están en la topografía de mi cuerpo, y yo concibo el texto como una extensión del cuerpo de quien escribe. Siempre invito a quienes realizan talleres conmigo a tratar de escribir a partir de lo que son y no de lo que saben. Es siempre una experiencia muy enriquecedora intentar crear a partir de lo que nos atraviesa, probar escribir desde lo que nos surca, nos cruza, nos traspasa. Hay algo profundamente sanador en poder escribir desde lo que nos sagitariza.

El bramido de Dusseldörf, texto y dirección de Sergio Blanco.

El bramido de Dusseldörf, texto y dirección de Sergio Blanco. 4

M.T.E. Una de las cuestiones que más preocupa a cierto sector de la crítica es la presencia en la autoficción de ciertos asuntos considerados íntimos e indecorosos. Pero usted, por ejemplo, no escatima a la hora de mostrar elementos ominosos. ¿Cree que el empleo de este tipo de elementos sería prescindible en sus obras?

S.B. No sé si es algo imprescindible. Yo creo que nada es imprescindible a la hora de crear. Justamente la creación es un espacio en donde se puede prescindir de todo. Y por eso la escritura – al igual que cualquier oficio artístico – consiste en ejercitarse en la habilidad de saber prescindir de todo. Cada uno tiene que poder hacer lo que quiera y como quiera, tomando y descartando lo que sus anhelos, sus ansias, sus deseos, sus caprichos le soliciten. “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”, nos dice Cervantes, explicitando de esta forma el derecho absoluto del artista a obedecer solamente a su voluntad. En mis talleres, cuando iniciamos el momento en que se va a pasar a la escritura, si bien hay consignas y premisas que pueden ser estrictas y severas, siempre los exhorto a que disfruten del vértigo de hacer lo que quieran. La escritura es un asunto de libertad extrema entre uno y uno mismo. Y en eso no entra nadie más. Me he detenido en esto porque muy seguido me formulan preguntas desde ese lugar de lo imprescindible o lo imperioso o lo necesario, y a mí me gusta insistir siempre en el campo de libertad profunda que supone todo acto creativo. La única urgencia a la hora de escribir es la necesidad de decir lo que uno quiere decir. En lo que compete a la presencia de aspectos íntimos o privados en mis autoficciones, es un asunto que me divierte mucho porque la gente confunde mi intimidad y mi privacidad con las de mis alter ego. La intimidad que yo expongo en mis textos no es la mía, sino la de mi personaje. Y yo y mi personaje no son la misma cosa, es más, muchas veces no tienen nada que ver y hasta se oponen radicalmente. Lo interesante de la autoficción es que uno parte de uno, pero para transformarlo, para mutarlo, para hacerlo devenir en otra cosa. De hecho, si este procedimiento de transformación del yo no se da, entonces empiezo a sentir que mi emprendimiento autoficcional está fracasando. Siempre partimos de uno mismo, pero para llegar a construir otro uno distinto de ese primer uno. Por lo tanto, toda la intimidad que aparece expuesta en mis piezas no es la mía propia, sino la de ese uno distinto que he creado. La gente muy seguido subraya mi coraje o denuncia mi desvergüenza para decir determinadas cosas, y eso me produce mucha gracia ya que son puras especulaciones. Mi intimidad solo la conocen mis allegados, mi familia, mis amigos, mi gato y nadie más. No me canso de insistir que la intimidad que está en mis piezas es la de mi personaje, pero no la mía, y buscar llegar a mí por medio de mi alter ego es tan absurdo como pretender llegar a la vida privada de cualquier dramaturgo por medio de lo que dicen sus personajes. No siento que mis alter ego sean mis delegados o mis representantes, por ende, sus intimidades son asunto de ellos. Yo solo estoy escondido o disimulado detrás, pero no soy ninguno de ellos. “Nadie más que vos puede ser vos”, dice el personaje de S. en Tebas Land. Por último, en lo que respecta al carácter indecoroso u ominoso de lo que cuentan mis alter ego, volvemos a lo mismo: se trata de aspectos oscuros de ellos, pero no de mí. Y si en mis piezas les hago exponer esas partes sombrías, es porque creo que todos al fin de cuentas estamos habitados por esas zonas oscuras, tenebrosas y obscenas que siempre es interesante mostrar. Obsceno quiere decir justamente lo que no está en escena, por lo tanto, y puesto que en el teatro la idea es que las cosas sean traídas a escena, el teatro también puede acoger nuestras partes oscuras. Varias veces he dicho que el teatro es el espejo oscuro en donde venimos a vernos deformados. Esto último es muy saludable. En términos de sanidad pública estoy convencido que hace mucho bien que contemos con un dispositivo que nos pueda mostrar la parte oscura de lo que somos.

El bramido de Dusseldörf, texto y dirección de Sergio Blanco.

El bramido de Dusseldörf, texto y dirección de Sergio Blanco. 5

M.T.E. ¿Qué piensa de la consideración de la autoficción como un narcisismo banal?

S.B. Creo que la expresión narcisismo banal es un oxímoron, ya que ningún emprendimiento de autocontemplación como el que propone Narciso es banal, trivial o insignificante. Por el contrario, toda contemplación de sí mismo, en un intento de querer saber quiénes somos, es un movimiento profundamente noble y delicado. Sócrates nos invita a conocernos a nosotros mismos, y a mí esa invitación me parece muy sabia. Lo interesante es que ese precepto de búsqueda de uno mismo sea seguido por la última premisa socrática: “solo sé que nada sé”. Con esto lo que quiero decir es que lo enriquecedor del emprendimiento de búsqueda de quiénes somos es justamente que seamos conscientes de que no lo podremos saber nunca porque el yo está construido de varios otros yoes. Somos uno y varios a la vez: en el interior de nosotros mismos somos una multiplicación de hogares. Por lo tanto, esa búsqueda introspectiva, ese examen de nuestro interior al cual se presta Narciso, no es algo ni banal, ni arrogante, ni está embebido de amor propio, sino que es todo lo contrario. Se conoce muy mal el mito de Narciso, y la mayoría de las veces, se malinterpreta. Narciso se mira a sí mismo pero buscando a otro, y plantea así el juego confuso del yo y de la alteridad. Es innegable que se trata de una mirada que se encuentra a sí misma pero que, a su vez, en el instante mismo de esa autocontemplación, propone una interrogación del otro. Hay algo que es importante especificar y es que Narciso, según Pausanias, viéndose a sí mismo, cree reconocer la imagen de su hermana gemela muerta, lo que me permite afirmar que en el mito de Narciso la mirada del yo me lleva entonces al otro. El mito es finalmente de una gran sabiduría: nos enseña que en uno mismo viven no solo varios yoes, sino también ese otro que no soy yo. En lo personal me agrada profundamente inscribirme en este movimiento de autocontemplación que oscila y fluctúa permanentemente entre el yo y el otro. Es cierto que mi primer material de trabajo siempre soy yo mismo, es claro que siempre parto de una experiencia personal, de un vivido, de mi propio reflejo. Pero al igual que sucede con Narciso, siempre lo hago con esa necesidad de querer ir más allá de mí mismo, para poder mirar y encontrar al otro que no soy yo. Aquello que de mejor manera decía Rimbaud cuando afirmaba “Je est un autre”. Cada día estoy más convencido de que todas las acusaciones de egocentrismo, individualismo, soberbia o autosuficiencia no solo indican un profundo desconocimiento teórico-técnico-literario del género de la autoficción, sino que además, denuncian un gran desconocimiento sensible de lo que es la autoficción, puesto que uno no escribe para encerrarse en uno mismo, sino para ir a buscar a los demás. Y a esto se suma otro aspecto nada menor, y es que, como confieso en mi libro Autoficción, una ingeniería del yo, narrarse a uno mismo no es un acto de amor propio, sino que, por el contrario, consiste en tratar de hacerse querer. Y ante esto último me surge entonces la siguiente pregunta: ¿por qué irrita tanto que busque ser querido?, ¿es arrogante o banal o ególatra necesitar el amor de los demás? No me canso de repetirlo: quienes atacan la autoficción carecen, por lo general, de un conocimiento teórico, pero también sensible, de lo que es el emprendimiento autoficcional.

La ira de Narciso, texto y dirección de Sergio Blanco.

La ira de Narciso, texto y dirección de Sergio Blanco. 6

M.T.E. En sus obras existen diversas referencias a problemas sociopolíticos diversos y de una manera grave, desde el terrorismo islámico, al pueblo palestino, el Holocausto o los campos de concentración para homosexuales en Chechenia… ¿Cómo articula la convivencia del yo privado con el compromiso social?

S.B. Esta pregunta está muy ligada a la anterior, ya que como lo explicaba recién, la idea al hablar de uno es poder hablar de los demás. Es decir, la idea es partir de la pequeña historia individual de uno, pero para tratar de alcanzar la gran historia colectiva de todos. Hay una imagen que he utilizado varias veces: parto de mi lágrima, pero para alcanzar el diluvio. Mi premisa de trabajo es partir de lo pequeño, pero para llegar a lo grande. Mi trama personal no interesa a nadie, lo que es interesante es la trama de todos nosotros. Es a esa trama a la que yo aspiro llegar cuando escribo y cuando monto mis espectáculos. El punto de partida es mi historia, pero no pretendo nunca que sea el punto de llegada. Y lo que es interesante en todo esto es que la pequeña historia de uno está ligada a la gran historia de todos. Walt Whitman tenía mucha razón cuando en “Canto a mí mismo” decía: “Y todo lo que yo diga ahora de mí lo digo de ti, porque lo que yo tengo lo tienes tú y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también”. La autoficción es poder ir de lo individual a lo colectivo. Por esto último, todo emprendimiento autoficcional se inscribe siempre en un gesto político. La autoficción, contrariamente a lo que se suele decir, no es ajena o indiferente al mundo, sino que habla siempre de él. No hay una sola de mis autoficciones que no hable del mundo que me ha tocado vivir, que nos toca vivir. Escanear mi historia individual es una de las formas que tengo para poder escanear el mundo: el yo es siempre una sinécdoque innegable del mundo. Toda autoficción termina finalmente hablando del mundo. Además, el yo de cualquier autoficción no será nunca ajeno a la sociopolítica por la simple razón de que todo yo es, antes que nada, una construcción político-social.

M.T.E. Por último, ¿cómo percibe la relación del público con sus obras autoficcionales?

S.B. Yo creo que el público se siente muy atraído por la experiencia riesgosa que supone enfrentarse a una autoficción. A la gente le gusta ese pacto ambiguo que se establece en donde la verdad y la mentira aparecen en un mismo soporte. Hay una erótica de la percepción que se activa con gran intensidad ante un cuerpo que se descubre, pero que al mismo tiempo se encubre en un striptease permanente. Este movimiento de mostrarse y esconderse es muy seductor. Pero, además, hay otro aspecto que lo atrae y es el hecho de venir a ver a otro y finalmente encontrarse con uno mismo. Muy seguido me vienen a ver después de las funciones o me escriben después de leer alguno de mis textos, y me dicen lo mismo: “esto es lo que me pasa a mí”. Y a mí eso me produce una gran felicidad, porque atestigua que he logrado lo que busco: contarme en una historia para que la gente se pueda apropiar de ese relato como si fuera suyo. Por esto mismo, cuando me vienen a felicitar, siempre les respondo que las congratulaciones son para todos, ya que la experiencia la hemos realizado entre todos juntos. No me cabe duda de que la obra la construye tanto quien la mira o quien la lee como quien la escribe. La experiencia me ha demostrado que en la autoficción el receptor hace el camino opuesto al que yo hago, es decir, yo parto de mí mismo para terminar llegando a otro, y el receptor viene a ver a otro para terminar llegando a sí mismo. Debo reconocer que es una forma hermosa, arriesgada y fascinante de darnos cita. Es algo que me hace feliz y que me motiva a seguir trabajando.

La ira de Narciso, texto y dirección de Sergio Blanco.

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Notas    (↵ Volver al texto returns to text)

  1. Mario de la Torre-Espinosa es investigador teatral y profesor del área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Granada. Entre sus ámbitos de investigación se hallan la transmedialidad y la autoficción en el teatro, siendo miembro del Proyecto I+D AUTODICO “Pensar lo real: autoficción y discurso crítico” (FFI2017-89870-P). Es asimismo secretario de la Asociación Española de Semiótica. mariodelatorre@ugr.es↵ Volver al texto
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