N.º 50El humor en el Teatro Español Contemporáneo

 

DE AQUÍ Y DE ALLÁ [SELECCIÓN DE MIGUEL SIGNES]

La entrevista universal. Eloísa está debajo de un almendro
ENRIQUE JARDIEL PONCELA CDN, Madrid 1984.

La entrevista universal. Eloísa está debajo de un almendro ENRIQUE JARDIEL PONCELA CDN, Madrid 1984.

«¿Cuál fue su primera comedia? Una birria en cuatro actos que estrenó Enrique Rambal, y que se titulaba El príncipe Raudick. A mi familia le gustaba mucho; a mí también; al público le gustó tanto como a mí y a mi familia; la crítica dijo de ella que no parecía obra de escritor novel, sino de autor consagrado, y realmente, la comedia era tan mala que hoy creo, más que nunca, que la crítica tenía razón. ¿Le han traducido a otros idiomas? Sí. Me han traducido bastante. Pero nunca he concedido demasiada importancia a las traducciones. Tendrían importancia si el cambio de fronteras significara un cambio de inteligencia en los habitantes del otro país¸ pero la humanidad es exactamente igual en España que en Portugal, que en Italia, que en las islas de la Reunión. […] ¿Su definición del humorismo? Hace tiempo que he definido el humorismo diciendo que es el zotal de la literatura. El humorismo es un desinfectante y es también el alcaloide de la poesía. ¿Concepto que tiene usted formado de sí mismo como humorista? Todavía no me he mirado al espejo más que para afeitarme. El día que me mire para verme, me reconoceré y definiré. […] Pero se hace ya a la vejez: cuando se ve la muerte próxima y quiere uno despedirse de sí mismo. […] ¿Cree usted que el humorismo se basa en la amargura? Es muy corriente achacar el sentido humorístico del escritor a razones amargas: a la salud deficiente, a una niñez triste, a una desilusión amorosa, etc. Quizá porque la generalidad de los humanos es gente triste y –en el fondo- les irrita la alegría ajena, que es una forma de la felicidad y se tranquilizan con el absurdo de imaginar que la risa del hombre alegre tiene un origen desgraciado. Siento de veras no poder declarar que, en efecto, mi humorismo está apoyado en bases tristes; pero lo cierto es que yo soy un tipo de cara serio eminentemente alegre y vital. […] Lamento, pues, muy de veras, no poder ofrecer una buena úlcera de estómago, o una tragedia amorosa ‘tipo Larra’, o una infancia martirizada como justificante de mi literatura alegre. Lo cierto es que mi regocijo como escritor es hijo lógico de una salud estricta, de una infancia feliz y de una vida en que las amarguras constituyen la dosis mínima. Por lo demás, mi temperamento, lo mismo en el arte que en la vida, rechaza el drama allí donde lo ve surgir, porque el drama (y la situación dramática) me parece una aberración del sentimiento. Todo puede hacerse alegremente: hasta morir. En el mundo sólo la enfermedad es triste, singularmente la del niño y la del animal doméstico. […] ¿Estima usted que lo dramático es superior a lo cómico, o lo cómico superior a lo dramático? Hay dos géneros de la misma altura e importancia, nacidos en Grecia y cultivados por las grandes figuras de la literatura teatral de todos los países y de todas las épocas: lo cómico y lo trágico. Lo dramático es una degeneración, un ‘quiero y no puedo’, un género espurio. Todo el mundo estima lo trágico en su verdadero y extraordinario valor, pero no faltan gentes, muchas gentes, que desestiman lo cómico. Pero en el desdén hacia lo cómico no hay más que incultura. El ignorante no comprende el valor verdadero y extraordinario de lo cómico, porque lo cómico, o lo humorístico, es un rezume de cultura, de sabiduría, de imaginación y –en fin– de comprensión. El bruto no se ríe, la bestia no conoce la sonrisa. Solo algún animal de  espíritu superior, como el perro, ríe moviendo la cola y con el lenguaje definitivo de la mirada.  La risa es la razón. Lo primero que pierde el loco es la risa; o ríe sin risa. Los manicomios están llenos de seres que no pueden reír o que ríen sin saber de qué. Donde hay risa palpita la vida. Lo demás es muerte, y donde la risa acaba empiezan las tinieblas.»

 

Teatro completo
MIGUEL MIHURA. Editora Nacional. Madrid 1943.

Teatro completo MIGUEL MIHURA. Editora Nacional. Madrid 1943

«Escribir una función de teatro es una de las cosas más endemoniadamente difíciles que se han inventado para ganar dinero, y por eso yo, siempre que puedo, me resisto a hacerlo, a pesar de que muchas señoras, muchos niños y muchos ancianos me aconsejan constantemente que siga escribiendo para el teatro y que me deje ya de tanta tontería.

Y estos consejos no me los dan ahora, después de haber estrenado tres comedias con cierto éxito; me los empezaron a dar hace ya bastantes años, cuando yo apenas sabía leer ni escribir. Y para que un día, pasado mucho tiempo, me decidiese a hacer semejante barbaridad, tuvieron que cogerme entre cuatro médicos y tres enfermeras y hacerme una operación en una pierna –cosa que no resulta nada gracioso cuando la pierna es la de uno– y obligarme a estar inmóvil tres años en la cama, que resulta menos gracioso todavía, sobre todo cuando la cama también es la de uno y no la de Ginger Rogers. Y entonces ya no hubo resistencia posible. Entre hacer solitarios para distraerme, aprender húngaro por correspondencia o crearme un complejo de ‘patita coja’, opté por hacer caso de los consejos que me habían dado y escribir esta primera comedia que presento hoy a los lectores, que se titula Tres sombreros de copa, [Mihura escribía esto en 1943 y la obra no se estrenó hasta 1953] y con la cual mis consejeros se sintieron defraudadísimos, porque no conseguí estrenarla nunca, no pudieron darse el gustazo de ir a un palco gratis y de llamarme cochino en los entreactos. […] Terminé la comedia el 10 de noviembre de 1932 (o sea, diez años antes, exactamente, de que saliera a la calle La Codorniz y se pusiera en circulación lo que hoy se llama el nuevo humor ‘codornicesco’) y, una vez terminada, se la leí al grupo de humoristas de Gutiérrez, a los cuales les pareció una función bastante mona y bastante extraña, pero, a juicio de ellos, irrepresentable. Y González del Toro, el colaborador de mi padre, que la conocía y que fue el que me animó a terminarla, se la llevó a Valeriano León para que la leyese. A Valeriano no sólo no le gustó nada, sino que le pareció la obra de un demente. José Juan Cadenas, que era empresario entonces de El Alcázar, donde actuaba Valeriano, dijo al conocerla: ‘La obra me gusta. Pero es tan extraordinariamente nueva en su forma y en su procedimiento que si la estrenase en mi teatro podrían ocurrir dos cosas: o que tuviese un gran éxito, o que el público quemase las butacas’. […] Yo lloraba de emoción, muchas veces, viendo representar a Valeriano León el Es mi hombre, de don Carlos Arniches. Y me moría de risa con la obras de Muñoz Seca, de García Álvarez y de Antonio Paso. Y de pronto, sin proponérmelo, sin la menor dificultad, había  escrito una obra rarísima, casi de vanguardia, que no solo desconcertaba a la gente sino que sembraba el terror en los que la leían. Yo era, por tanto, como ese huevo de pato que incuba la gallina y que, después, junto a los pollitos, se encuentra extraño y forastero y con una manera de hablar distinta. A mí no me entendía nadie y, sin embargo, yo entendía a todos.»

 

Prefacio a la edición de Tartufo
MOLIÈRE. 1669.

Prefacio a la edición de Tartufo MOLIÈRE. 1669«He aquí una comedia que ha hecho mucho ruido, que ha sido combatida largo tiempo; y las gentes a quienes representa han demostrado que eran más poderosas en Francia que todas cuantas he representado hasta aquí. Los marqueses, las ‘preciosas’, los cornudos y los médicos han sufrido sosegadamente que los haya sacado a escena y han fingido divertirse como todo el mundo, con los retratos que de ellos se hace; mas los hipócritas no han aguantado la burla; se han asustado, desde luego, y les ha parecido extraño que tuviera yo la osadía de representar sus muecas y de querer difamar un oficio al que tantas gentes honradas se dedican. Es un crimen que no pueden perdonarme, y se han alzado todos contra mi comedia con un furor espantoso. Se han guardado bien de atacarla por el lado que les ha herido: son demasiado políticos para eso y saben vivir harto bien para revelar el fondo de su alma. Siguiendo su loable costumbre, han encubierto sus propósitos con la causa de Dios; y Tartufo, en su opinión, es una obra que ofende la piedad. […] Esos señores intentan insinuar que no incumbe al teatro tratar de tales materias; pero hoy les pregunto, con su permiso, en qué fundan esa bella máxima. Es una proposición que ellos no hacen más que suponer y que no prueban en modo alguno; y, sin duda, no sería difícil hacerles ver que la comedia, entre los antiguos, tuvo su origen en la religión y formaba parte de sus misterios; que los españoles, nuestros vecinos, no celebraban ninguna fiesta a la que no vaya unida la comedia. […] Si la finalidad de la comedia consiste en corregir los vicios humanos, no veo por qué razón tiene que haber hombres privilegiados. Este vicio es, en el Estado, de unas consecuencias mucho más peligrosas que todas las demás, y ya hemos visto que el teatro posee una gran eficacia para la corrección. Los más bellos embates de una serie moral son menos poderosos, la mayor parte de las veces, que los de la sátira; y nada corrige mejor a la mayoría de los hombres como la pintura de sus defectos. Constituye un gran ataque a los vicios exponerlos a la irrisión de todo el mundo. Se soportan fácilmente las críticas, pero no se soporta la mofa. Se puede ser perverso, pero no se quiere ser ridículo…»

 

La poética o reglas de la poesía en general y de sus principales especies
IGNACIO DE LUZAN. (ediciones de 1737 y 1789). Madrid, 1974. Cátedra. Capit. XX. Del estilo jocoso, pág. 236.

La poética o reglas de la poesía en general y de sus principales especies IGNACIO DE LUZAN«Pues quedan bastante explicados los varios estilos que sirven para lo serio, pasemos a tratar del estilo burlesco. […] Aristóteles en su Poética asigna, por origen de la risa, la deformidad sin dolor y sin daño. Es ridículo un vicio, un error, un defecto de cuerpo o de espíritu, cuando no se le sigue muerte, ni dolor, ni daño notable, porque en este caso el defecto más causaría compasión que risa. Una caída ligera, un tropiezo sin daño, como arguye error de inadvertencia y poca prevención y flaqueza de miembros, suele mover a risa; pero el ver caer un hombre precipitado de una alta torre no causa risa, sino horror y lástima. Cicerón añade a lo que dice Aristóteles que la deformidad y el defecto se debe notar no deformemente. Porque al expresar y notar los defectos con modos torpes y bajos, […] para los hombres de juicio más será motivo de enfado que de risa. Este modo defectuoso y bajo de hacer reír se llamó entre los latinos scurrilitas, que quizá corresponde a lo que ahora decimos bufonería, modo indigno de toda buena poesía.

La risa según Quintiliano, se concilia y mueve o con las cosas o con las palabras, y lo mismo se puede decir también de todas las demás gracias y agudezas, como enseñó Cicerón. A nuestro asunto pertenece solo el tratar de aquella risa que producen las palabras. El argumento, pues de la risa, se saca de nuestra persona, o de la ajena, o de las cosas que Quintiliano, en el lugar citado (Instit. lib.6, cap.5), llama medias. Fingiéndonos ignorantes y necios, y diciendo advertidamente por simulación lo que dicho con seriedad por descuido o ignorancia sería necedad o disparate, causaremos risa en quien nos oye. Procede esta risa de aquel gusto con que se descubre nuestra ficción y se advierte la imitación bien hecha de un hombre necio y rudo. De este género de graciosidad hay mucho en las comedias burlescas del Caballero de Olmedo y La traición en propia sangre […]»

 

La comedia española 1600-1680
CHARLES V. AUBRUN. Madrid, 1968. Taurus ediciones. Págs. 286-287.

La comedia española 1600-1680 CHARLES V. AUBRUN«La ciencia política de Maquiavelo, había procurado en Europa un desorden creciente. En el país que más debía padecer con ello, España, este desorden suscitó la nostalgia de un estado inmutable e ideal. Se creía encontrarlo en los rasgos del pasado, un singular pasado al que se redujeron todos los siglos anteriores, un pasado tan idílico como imaginario, en el que los conflictos más terribles habían encontrado fácilmente solución. Hombres de estado y letrados se aplican a restaurar el orden turbado por la malicia de los hombres, a ‘re-formar’ el mundo, no ya alterándolo y modificándolo, ‘reformándolo’, sino imponiéndole su forma original, que se dice de origen divino. Así pensaban resolver, como por arte de magia, los apuros de la política nacional. Y por arte de magia niegan la realidad de las cosas que les rodean, se niegan a asumirla y, hoscamente, trazan en el vacío los signos ridículos que exorcizan a los demonios e invocan a la divinidad. En esta perspectiva, el mundo real, se encuentra reducido a una apariencia, a una ilusión, un engaño. Y ellos están ‘desengañados’; se sienten liberados de todas las trabas de lo real. En esta actitud no todo es falaz. Pues el desengaño es y sigue siendo la fuente de toda crisis espiritual. La comedia le debe su cualidad más profunda.

Los grandes dramaturgos españoles sienten y traducen esta dualidad cómica y trágica del ser. Almas divididas oponen el libre arbitrio iluminado a la voluntad libertina, el entendimiento (abierto a la gracia) a la ignorancia obstinada y cerrada en sí misma, la razón a la falsa ciencia, y el principio del honor a la violencia arbitraria. Ahora bien, esos problemas no son exclusivos de su época. Libertad de elección y el deber hacia la comunidad han hecho siempre dudar a los hombres. Pues lo mismo el compromiso que la sumisión provocan por igual el desorden […].»

 

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