N.º 48Teatro y revolución (1917-2017)

 

La buena y la mala suerte
de Mijaíl Bulgákov

Jorge Saura
Real Escuela Superior de Arte Dramático

Mijaíl Bulgákov

Mijaíl Bulgákov.

Mijaíl Afanásievich Bulgákov (1891-1940) fue un novelista y dramaturgo soviético que tuvo una extraordinaria buena suerte en un contexto de mala suerte generalizada. Él pensaba que tenía mala suerte, pero realmente tuvo buena suerte en repetidas ocasiones.

La mala suerte generalizada se llamaba Iosif Vissariónovich Stalin, promotor de despiadadas persecuciones contra dos sectores sociales –el ejército por un lado y los artistas e intelectuales por otro– a los que consideraba enemigos potenciales del estado socialista.

Sin embargo, la represión que sufrieron muchos escritores soviéticos alcanzó a Bulgákov en una medida mucho más pequeña de lo habitual. El escritor falleció en la cama de su dormitorio por causas naturales, hecho excepcional entre los escritores rusos de la década de los treinta; no sufrió encarcelamiento, no compareció ante ningún tribunal y no fue arrestado ni una sola vez. Y no fue porque no diese motivos para ello a la GPU –siglas en ruso de Dirección Política del Estado, antecedente del KGB–, ya que su afilada pluma lanzó numerosas críticas y burlas contra los excesos políticos y policiales. Pero a pesar de ello eludió tanto el gulag como el paredón, final de muchos compañeros suyos de profesión.

La primera manifestación de extraordinaria buena suerte que aparece en su biografía tuvo lugar en 1918, en plena guerra civil. Bulgákov formaba parte entonces del ejército zarista que combatía a los revolucionarios como médico militar. Contrajo el tifus exantemático y fue abandonado en una aldea por un destacamento que se batía en desordenada retirada. Cuando el Ejército Rojo entró en la aldea no tomó prisionero a Bulgákov, ya que en su calidad de médico militar no era combatiente, sino que lo trasladó a un hospital hasta su curación. Una vez repuesto, Bulgákov se alistó en el Ejército Rojo.

Fue a partir de 1920 cuando comenzó a escribir y publicar. Primero fueron tres obras teatrales que él mismo dirigió con actores aficionados y cuyos manuscritos quemaría más tarde. Después redactó varios relatos breves publicados en diversos periódicos. Casi desde el principio sus relatos tuvieron éxito y comenzó a hablarse de Bulgákov como un prometedor escritor.

Esta es una indudable muestra de buena suerte. Primero salva la vida gracias al ejército enemigo y luego empieza a hacerse sitio en el mundo de las letras evitando el habitual peregrinaje inicial por periódicos, revistas y editoriales.

La guardia blanca y Los días de los Turbín, de Mijaíl Bulgákov

Entre 1924 y 1925 escribió su primera novela, La guardia blanca, que fue muy bien acogida. La novela, parcialmente autobiográfica, narra los acontecimientos que tuvieron lugar en Kíev durante la guerra civil y que, a diferencia de lo entonces habitual, no presenta a los oficiales blancos como un grupo de asesinos, sino como patriotas que sufrieron al ver hundirse los ideales del modelo social en el que creían. 

La novela llegó hasta la dirección del Teatro del Arte, que propuso al autor hacer una adaptación teatral. El estreno tuvo lugar el 5 de octubre de 1926 con el título de Los días de los Turbín y fue uno de los mayores éxitos del Teatro del Arte en la década de los veinte: la obra permaneció en cartel, alternándose con otros montajes, durante más de cuatro años, se hicieron cerca de novecientas representaciones y fue llevada en gira a Kíev, Leningrado y Gorki.

Poco después el Teatro Vajtángov estrenó otra obra de Bulgákov. El 20 de octubre de 1926 se abrió el telón para El piso de Zoika, un obra escrita en 1925 que trata de la vida semiclandestina que llevaban los rusos nostálgicos del zarismo fingiendo aceptar el estado socialista, pero que seguían las viejas costumbres y soñaban con el regreso de la monarquía.

Esto también es una manifestación de buena suerte. Un dramaturgo desconocido hasta poco tiempo atrás que consigue estrenar casi al mismo tiempo sus dos primeras obras en dos de los teatros más importantes de Moscú y consigue que se mantengan en el repertorio de ambas salas por bastante tiempo no puede quejarse de mala suerte.

Sin embargo, en el propio texto de las obras recién estrenadas se encontraba el germen de la próxima caída en desgracia del autor. Ambas tragicomedias trataban de temas incómodos para algunos militares, políticos y, sobre todo, miembros de la policía política situados en puestos desde los que ejercían una notable influencia. La guerra civil había terminado con la derrota de los defensores del régimen monárquico y sobre los nostálgicos del zarismo recaía la sospecha de ser criminales o cómplices de criminales. Mostrar simpatía por ellos se consideraba equivalente a mostrar simpatía por el viejo régimen, es decir, se consideraba una actitud contrarrevolucionaria.

A partir del estreno de estas dos obras muchas personas con poder o influencia comenzaron a mostrar recelo hacia Bulgákov y su obra literaria. El escritor comenzó a experimentar problemas con la censura y con la GPU, dos organismos estrechamente unidos.

Corazón de perro y La isla púrpura, de Mijaíl BulgákovEn realidad, los recelos habían comenzado poco antes, con la publicación de la novela Corazón de perro, en la que se describe un fantástico experimento consistente en implantar en un perro varios órganos humanos, cosa que produce la humanización del can, que cambia su aspecto y comienza a caminar y hablar como una persona. Pero es una persona extraordinariamente egoísta, perezosa, un parásito social, grosero y violento, que convierte la casa del científico que le ha operado en un auténtico infierno. El antisocial comportamiento del perro-hombre se explica cuando el ayudante del científico desvela que los órganos trasplantados provienen de un vagabundo alcohólico y simpatizante de los bolcheviques. El científico y su ayudante operan de nuevo a la criatura, revierten el experimento y el animal recobra su aspecto y costumbres anteriores. La crítica a los excesos del comunismo y al oportunismo de muchas personas, auténticos parásitos que se escudaban en su pertenencia a la clase obrera para justificar su pereza y su egoísmo, es evidente, pero de la lectura de la novela no se deprende ninguna actitud contrarrevolucionaria. Lo que Corazón de perro denuncia es la aparición, tras el éxito de la Revolución, de oportunistas, verdaderos “perros” que no están dispuestos a hacer sacrificios y aprovechan las nuevas circunstancias sociales para exigir privilegios inaceptables.

Pero no todo el mundo lo veía así. La novela fue prohibida poco tiempo después de su publicación y permaneció prohibida hasta 1987, aunque circulaba clandestinamente en copias mecanografiadas e incluso escritas a mano. A finales de 1925 Bulgákov comenzó a ser vigilado y seguido por agentes de la GPU que no hacían casi nada por ocultarse, pues uno de los objetivos de la policía política en época de Stalin era que el sujeto se sintiese vigilado y controlado en todo momento.

El expediente sobre Bulgákov conservado en los archivos del KGB nos cuenta que el 7 de mayo de 1926 se presentaron unos agentes en el piso del escritor y lo pusieron todo patas arriba. No pensaban detenerle, solo querían registrar la vivienda. Atravesaron los sillones con unas largas agujas en busca de documentos escondidos y se llevaron dos ejemplares de Corazón de perro y tres cuadernos de diarios personales. Estos cuadernos tal vez fueron el origen de los problemas que Bulgákov comenzó a tener con la censura a partir de entonces, pues estaban repletos de críticas hacia la política municipal, los transportes públicos, la lentitud administrativa y las condiciones de vida en los pequeños pisos moscovitas. Son críticas directas, cargadas de reproches cuya dureza habría de tener consecuencias. Véase este breve fragmento a título de ejemplo:

Están elaborando un nuevo proyecto de circulación urbana. Esto es vida. Pero no hay circulación porque no tenemos suficientes tranvías, es ridículo, solo hay ocho autobuses para todo Moscú.

Todo está gangrenado: los pisos, las familias, los científicos, el trabajo, el confort y la utilidad. Nada se mueve de su sitio. Cada paso, cada movimiento de un ciudadano soviético es un suplicio que dura horas, días e incluso meses.

Las tiendas están abiertas. Esto es vida. Pero quiebran, y esto es la gangrena.

Y así pasa con todo.

La literatura es espantosa.

(Noche del 20 al 21 de diciembre de 1921).

Por críticas más suaves que estas algunos compañeros de letras habían sido arrestados para desaparecer después en las brumas de un gulag o en sitios peores. Bulgákov continuaba teniendo buena suerte, pues no había perdido la libertad ni la vida

Al cabo de cinco años la GPU devolvió los diarios a Bulgákov, no sin antes hacer una copia mecanografiada que durmió en los archivos de los servicios secretos hasta comienzos de los noventa, cuando muchos documentos fueron desclasificados.

Como el lector podrá suponer, las palabras escritas por la afilada pluma de nuestro escritor tuvieron consecuencias: se intensificó la vigilancia a la que ya estaba sometido desde 1921, y que los vigilantes no intentaban disimular. Por el contrario, el escritor era seguido en sus paseos y su domicilio era vigilado sin la menor discreción. Llegó a obsesionarse tanto con la vigilancia que creía que había agentes ocultos dentro de su propia casa.

Al mismo tiempo las representaciones de sus obras comenzaron también a sentir los efectos del acoso policial. La primera en caer fue El piso de Zoika, que tras varios meses de permanencia en cartel fue retirada del Teatro Vajtángov.

La huida, una obra que narra las peripecias de un heterogéneo grupo de rusos blancos que atraviesa Rusia huyendo de la guerra y termina dispersándose en el exilio turco y francés, fue comenzada a ensayar por el Teatro del Arte, pero el montaje fue interrumpido por orden gubernativa. La huida no se estrenaría hasta 1957, tras la muerte de Stalin.

La isla purpúrea, una sátira de la censura teatral, fue estrenada en 1928 en el Teatro de Cámara, dirigida por Aleksandr Taírov, pero fue retirada al día siguiente.

La Santa Cofradía (Moliére) fue estrenada en 1936 en el Teatro del Arte y retirada tras la séptima representación.

Los últimos días (Pushkin) se comenzó a ensayar en 1937 por el Teatro Vajtángov, pero se prohibió su estreno, que no se haría hasta 1943, tras el fallecimiento de Bulgákov.

Al mismo tiempo las puertas de las editoriales y las revistas literarias se fueron cerrando una tras otra. En ninguna parte querían publicar los manuscritos de Bulgákov.

El maestro y Margarita, de Bulgákov, por la Compañía Británica Complicite - Teatros del Canal 2012

El maestro y Margarita, de Bulgákov, por la compañía británica Complicite – Teatros del Canal 2012.

Pero el caso más sorprendente de todos es el de la peripecia sufrida por Los días de los Turbín. Tras la orden directa de Stalin que autorizaba únicamente al Teatro del Arte a representar esa obra, las funciones se prolongaron por más de cuatro años, pero fueron interrumpidas por orden gubernativa en cuatro ocasiones. Cada vez que esto ocurría, Stanislavski telefoneaba directamente a Stalin y éste, tras mostrarse sorprendido y asegurar que no sabía nada de la prohibición, ordenaba el levantamiento de la misma y la obra continuaba ofreciéndose al público… hasta la siguiente prohibición.

El propio Stalin se declaraba admirador de Bulgákov. Acudió a ver Los días de los Turbín en quince ocasiones. ¿De verdad no sabía que la censura prohibía la continuación de las funciones? Es poco creíble que fuera así. Lo que probablemente hacía Stalin con Bulgákov (y también con Stanislavski) era practicar un perverso juego consistente en hacer notar la presión de su poder y a continuación mostrarse como un generoso padre protector del arte y la libertad de expresión, un gobernante justo y generoso que estaba rodeado de incompetentes. Es un juego característico de muchos dictadores y autócratas.

Bulgákov parecía ser consciente de este juego y por eso en 1930 escribió una carta al gobierno soviético en la que pedía que se le permitiese abandonar el país, ya que no se le permitía escribir. La extensa misiva ha sido reproducida íntegramente en varias publicaciones.

Por increíble que parezca, el propio Stalin telefoneó a Bulgákov a raíz de la carta y mantuvo una breve conversación que el escritor reprodujo de memoria en uno de sus diarios. En esa llamada Stalin prometió ocuparse personalmente del caso. Tras la llamada Bulgákov se quedó convencido de haber sido víctima de un bromista que se había hecho pasar por Stalin, así que telefoneó al Kremlin para denunciar la broma. Para su sorpresa le confirmaron que, efectivamente, había sido Stalin quien acababa de conversar con él.

Al cabo de poco tiempo el escritor recibió la invitación de un funcionario de la Dirección de las Artes, organismo que se encargaba, entre otras funciones, de la distribución de empleos y trabajos en el ámbito cultural, para mantener una entrevista sobre su futuro laboral. Gracias a la documentación recientemente desclasificada podemos saber que, tras negarle cortésmente a Bulgákov la posibilidad de marchar al extranjero, el funcionario preguntó directamente: “¿en qué teatro le gustaría dirigir?”. Nuestro autor contestó que en el Teatro del Arte y, tras un lacónico “nos lo pensaremos”, el funcionario dio por concluida la entrevista.

Días después Bulgákov recibió una invitación para presentarse en el Teatro del Arte, donde ya tenían preparado su contrato como director de ensayos, trabajo que continuó desempeñando mientras su salud se lo permitió.

¿Tiene toda esta peripecia algún sentido o explicación lógica? Parece que no, a no ser que admitamos como lógicos los caprichos de un dictador. La relación entre Bulgákov y los censores, entre Bulgákov y Stalin, tan amplia y compleja que resulta imposible de esbozar en un breve artículo es, sin duda, materia muy fructífera para un novelista o un dramaturgo porque no tiene explicación lógica y la ficción literaria puede añadir lo que la investigación histórica desconoce.

Seguramente por ese motivo Juan Mayorga escribió hace años una magnífica obra titulada Cartas de amor a Stalin, a partir de la célebre carta de Bulgákov y la célebre llamada telefónica de Stalin. En esa obra la ficción literaria explica lo que escapa al análisis de la investigación histórica.

La biografía de Bulgákov, poco conocida entre los lectores españoles, es rica en episodios sorprendentes en la actualidad, pero lógicos en una época tan convulsa como la de aquel país que estaba construyendo una nueva forma de convivencia inexistente hasta entonces y que despertaba el recelo de todos los países del entorno. Un país que, a pesar de las dificultades materiales, de la destrucción provocada por la guerra, estaba viviendo un período de efervescencia artística y cultural como ha habido pocos en la historia. Es una biografía capaz de despertar el interés de dramaturgos y novelistas a poco que se conozca.

 

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