N.º 47Teatro alternativo

 

Entrevista de Laura Rubio

Nave 73

Una mesa de dos patas no se sostiene, una de tres sí.

 

Nave 73

Nave 73

La sala Nave 73 ha pasado a convertirse en sus cuatro años de recorrido en una de las salas de mayor prestigio del circuito alternativo madrileño. Por su espacio han pasado algunos de los montajes más relevantes de las últimas temporadas como Cliff de Alberto Conejero, Los atroces de Teatro de Fondo, o Una noche como aquella de Nacho Redondo, en cartel desde hace más de un año.
Yo misma regreso como autora para cerrar y abrir el año con El techo de cristal. Anne & Sylvia, de La Pitbull Teatro, obra que nos está dando muchas satisfacciones, de las que también han formado parte su cuatro fundadores (Alberto Salas, Álvaro Moreno, Rocío Navarro, Ana Pedrosa) al acoger su estreno en septiembre y que me ha permitido conocer de cerca su pasión por el buen teatro, ése que, como bien definen: te remueve por dentro.
Me cito con tres de los cuatro responsables de la Nave 73 en su “día libre”, día que emplean para reunirse y seguir trabajando. Alberto, Rocío y Álvaro reflexionan sobre la dramaturgia y el trance de programar, en una entrevista con voluntad de diálogo entre tres gestores culturales y una autora.

LAURA RUBIO. ¿Cuáles son vuestras pautas a la hora de programar autores contemporáneos? ¿Hay un criterio unificador o depende del proyecto?

ALBERTO. Buscamos cierta calidad en aquellos autores de los que nos interesa su trabajo, aunque estén empezando. Si nos gustan queremos formar parte de ese arranque. No tenemos un medidor que nos indique si esto pertenece o no a nuestra línea. Desde el principio quisimos convertirnos en una plataforma para nuevos talentos escénicos.

L.R. ¿Y qué espacio dedicáis a otros géneros como la danza? He estado revisando vuestra programación para detectar denominadores comunes y quizás, parece que la danza está menos presente.

ROCÍO. El primer año reservábamos un fin de semana al mes para la danza, pero tuvimos que romper esa rutina porque nos desestructuraba la programación regular. Precisamente, en noviembre de este año hemos devuelto un mayor espacio a la danza, programando espectáculos que integren el lenguaje físico y abriéndonos a la posibilidad de que ciertas creadoras que ya ha colaborado con nosotros, como Mei Ling Bisogno vuelvan a hacerlo.

ALBERTO. En cuanto a la estructura de la programación, sí mantenemos una cierta pauta. La sesión golfa está destinada “a todos los públicos”. Son obras más fáciles de ver con gran calidad, como sucede con Una noche como aquella. La programación de los miércoles y los jueves sigue una línea más experimental de compañías jóvenes o de aquellas cuyo trabajo es menos común, bien porque investigue nuevos lenguajes o por su especificidad en su estilo.

L.R. ¿Cómo observáis la autoría española?

ÁLVARO. Últimamente, percibimos una gran potencia dramatúrgica, un punto de estrellato del autor por encima de los intérpretes e incluso de la dirección. Sois una generación de la que se percibe el cuidado del texto y un peso específico de la palabra.

La Clá, de Helena Berrozpe (Nave 73, 2016).

La Clá, de Helena Berrozpe (Nave 73, 2016).

L.R. ¿Qué compañías os interesan más a nivel creativo?

ÁLVARO. Nos interesan bastante aquellos creadores que emplean un lenguaje más basado en lo físico, en la danza y en lo gestual. Por ejemplo, los herederos del teatro de José Piris, y los colectivos que se van formando en torno a ellos y siempre nos atrae el trabajo de compañías que ya han pasado por aquí como Sudhum teatro de Gustavo del Río, Grumelot y La Clá de Helena Berrozpe.

L.R. ¿Sois capaces de detectar ciertas tendencias recurrentes en la dramaturgia contemporánea?

ÁLVARO. En la dramaturgia escrita, existe una cosa muy lorquiana, muy de este país en la que se rompe la farsa, y que bebe de la influencia de la dramaturgia andaluza, a través de grandes compañías como La Zaranda. Son textos cuya acción se apoya en líneas muy poéticas, con una metáfora muy marcada y un reposo en la palabra, aunque sin descuidar la acción teatral. Sois autores/as muy distintos. Unos, más animales, como Félix Estaire, que es muy carnal, y muy bello. María Velasco, que también es animal, pero con los conceptos más cerrados. Alberto Conejero y tú seguís esta línea, pero desde la elegancia, y muchos otros/as.

Izquierda, Cliff, de Alberto Conejero (Nave 73, 2015). Derecha, Manlet, de María Velasco (Nave 73, 2014).

Izquierda, Cliff, de Alberto Conejero (Nave 73, 2015). Derecha, Manlet, de María Velasco (Nave 73, 2014).

L.R. Quizás sea el regreso de la palabra como elemento de transformación después de la ruptura de lo dramático del siglo XX.

ÁLVARO. Resulta fascinante descubrir cómo siendo tan distintos compartís esa apuesta por el valor del texto en sí. Las potencias creadoras conectan en una especie de transversal en la que todos acabáis por coincidir de algún modo.

L.R. Incluso sin palabra, ¿no?

ÁLVARO. Hemos descubierto una generación de bailarines iberoamericanos de contemporáneo que investigan hacia la narrativa del movimiento.

L.R. Una vuelta a la historia de nuevo.

ALBERTO. Es muy difícil fidelizar a un público de danza contemporánea pura y dura. Siempre se corre el peligro de que se queden en mera belleza o ejercicio técnico.

Nave 73. Fachada.

Nave 73. Fachada.

ÁLVARO. Nosotros programamos espectáculos que de algún modo muevan al espectador, aunque no sepan en qué, e inevitablemente creemos que gran parte de los hilos que tocan esa fibra son los narrativos.

L.R. Somos hijos bastardos de Aristóteles.

ALBERTO. Yo creo que el espectador español aún necesita ser guiado.

ÁLVARO. Piden un sentido del espectáculo más marcado.

L.R. Tendréis que tenerlo en cuenta como programadores.

ÁLVARO. Cuando nos asentemos podremos permitirnos esa armonía entre las cosas que sabemos que no van a funcionar del todo pero que van generando espectadores con las que ya funcionan.

ROCÍO. Es de lo que hablamos en las reuniones de los lunes.

L.R. ¿Hay muchas divergencias en cuanto a gustos?

ROCÍO. Solemos tener un poso común.

ÁLVARO. Los tres tenemos claro lo que queremos que sea. A veces hay obras evidentes y otras no tanto, pero siempre sabemos hacia dónde queremos que vaya. Yo tengo más experiencia como creador de teatro mientras que ellos dos (Rocío y Alberto) tienen una mirada más limpia. Esta combinación hace que la programación se equilibre en un punto extraño. Puede considerarse irregular para quien busque una línea cerrada. Tenemos unas mezclas curiosas como nuestros caracteres y eso es positivo.

L.R. La endogamia teatral nos hace perder la perspectiva.

ROCÍO. Es uno de nuestros principales aprendizajes hasta el momento. Entre los tres nos complementamos mejor a la hora de programar por esa disparidad de caracteres.

L.R. ¿Os da tiempo a ver teatro más allá de vuestra sala?

ÁLVARO. Mucho menos del que necesitamos.

Nave 73. Interior de la sala.

Nave 73. Interior de la sala.

ALBERTO. Los temas económicos también influyen. Y llevar una sala como esta no renta beneficios precisamente.

ROCÍO. Nos come el día a día. Nuestra oficina es la barra del bar.

ÁLVARO. A cambio de eso seguimos abiertos. Somos la única sala de la última generación que queda abierta, quizás porque no hay favoritismos y porque tenemos claro lo que queremos. Alberto se encarga de coordinar la escuela. Rocío de gestionar la galería, aunque contemos con un comisario externo, y yo me encargo más de la dirección artística. Y entre todos llevamos el bar.

ROCÍO. El objetivo es sobrevivir.

L.R. La putada es que el verbo sea sobrevivir. ¿Cumplís los objetivos que os marcasteis en los inicios?

ALBERTO. Cumplir los cumplimos gracias a un plan de empresa muy bien hecho. Sólo que siempre surgen imprevistos con los que no contamos. Hasta que no tengamos una mayor libertad laboral en cada una de nuestras parcelas no nos vamos a poner un límite para alcanzar nuevos objetivos. Cuando lo tengamos, marcaremos más los tiempos. Por ejemplo, tenemos intención de darle más relevancia al Festival ClasicOff, establecer un pago fijo para las compañías, contratar a alguien que se encargue del bar… Esta flexibilidad ante el día a día nos ha permitido adaptarnos en la situación actual donde todo es tan voluble.

L.R. Si fuerais dos a la hora de decidir sería más complicado resolver estos imprevistos. El protagonista-antagonista reside en nuestro interior. Al ser tres para decidir, se desestabiliza esa dualidad cerrada.

ÁLVARO. Ayuda al diálogo. Una mesa de dos patas no se sostiene una de tres sí, una de cuatro cojea.

L.R. Y volviendo a la autoría ¿Qué echáis de menos en la dramaturgia en cuanto a temas, enfoques, lenguajes?

ÁLVARO. Un desarrollo mayor en la dramaturgia física y de objetos. En general, España ha bebido más de Latinoamérica que de otras dramaturgias europeas, quizás porque teme lo que no se entiende, y ha dejado un poco más de lado un tipo de teatro de voz y cuerpo (el Odin Teatro, Tadeusz Kantor) que en España fue entrando por Andalucía pero no se ha generalizado. Echo de menos que se desarrollen las cosas por ahí en el trabajo de marionetas, en el gesto y no sólo en el ámbito regional.

L.R. Como autora me pregunto: una vez que quitas la palabra, ¿qué queda? Y me resulta muy provocador cuestionármelo para crear.

ÁLVARO. ¿Por qué esa resistencia a la modificación, al destrozo del texto, al caos como modo de composición?

L.R. Por miedo, quizás.

ÁLVARO. La búsqueda del yo no es tan importante como el conflicto de la creación.

L.R. ¿Percibís fuera esa lucha de egos? ¿Ese rechazo a ser perpetrado por el poder de la escena salta a la política cultural?

ALBERTO. Por supuesto, la cultura se ha usado y se usa como herramienta política, desde el 21% de IVA, al menosprecio de los artistas. Tal y como están las cosas, o intentamos cambiarlo desde dentro o mejor abandonamos. La idea adecuada sería la del cambiar en vez de la de sobrevivir. En nuestras familias y en nuestro entorno todavía se piensa que la cultura no aporta nada y con esa realidad tenemos que seguir adelante cada día.

 

Con esa misma realidad, tengo que dar por cerrada la entrevista para que inicien su reunión en ese simulado día libre, mientras yo misma corro a mis múltiples quehaceres profesionales pensando en el poco ocio del que disponen quienes trabajan a favor del ajeno en condiciones harto difíciles. Y aprecio un poco más su labor, que no deja de ser un modo de vida, como un ejercicio de valentía, voluntad y confianza a favor de nuestro teatro.

 

 

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