N.º 46El texto teatral

 

Algo que nunca morirá:
el texto dramático como texto literario

Josep Lluís Sirera
Universitat de València

Desde que empecé profesionalmente (bueno, es un decir) en el mundo de la estritura teatral estoy oyendo eso de que a la literatura dramática le quedan cuatro días y que está a punto de convertirse en agua pasada. Al principio, cuando se es joven, afirmaciones de este calibre no dejan de preocupar, pero según pasan los años uno se da cuenta de que en realidad la cosa no es para tanto y hablar de la muerte del texto dramático en cuanto texto literario no deja de ser un tópico más, como el de la crisis del teatro que está en circulación prácticamente desde los tiempos de Tespis. En consecuencia, hace tiempo que he dejado de preocuparme por si un día me levanto y adiverto que el teatro que escribo (aunque escribo más bien poco teatro, la verdad) ha dejado de ser literatura.

La partida (Rodolf Sirera i Josep Lluís Sirera)¿Despreocupación irresponsable la mía? No lo creo. Porque en mis cerca de cuarenta años de experiencia como docente e investigador he podido comprobar que como escribir teatro es más bien difícil, los que a ello se dedican ponen en su escritura un empeño más que notable y los resultados, dependiendo de las dotes de cada uno claro está, suelen tener unos niveles más bien dignos. En efecto, por regla general los autores vuelcan en su escritura considerables dotes de esfuerzo, de tiempo y de conocimientos (adquiridos y/o vividos); se desentrañan si es preciso para vestir de carne o de ideas a sus personajes, por romper la cuarta pared y conectar con sus espectadores potenciales… Otra cosa, insisto, es que los resultados estén a la altura de sus expectativas: el teatro es un género muy cruel y los receptores no se caracterizan habitualmente por ser muy compasivos…

Dicho lo dicho, no negaré sin embargo que todavía en algunos sectores de la profesión teatral se mantienen reticencias hacia los textos dramáticos tildados de literarios por razones muchas veces fútiles. No entro en el siempre espinoso tema de los intereses ecónomicos que puedan subyacer a esto; ya se sabe: para ahorrarse los derechos de autor (o para que estos reviertan en la compañía), nada mejor que hacerse todos autores o, alternativamente, integrar a los autores en el elenco. Como es bien sabido, eso es algo que viene de antiguo. No, me refiero ahora más bien a la divergencia cada vez más creciente entre los conceptos mismos del teatro que tienen unos y otros.

Me explico: la generalización de un teatro de usar y tirar nos ha llevado a una contextualización para mí abusiva de los referentes históricos, culturales, lingüísticos, de los correspondientes textos. Se cree, por ejemplo, que con que los personajes se expresen como se habla en la actualidad (si eso es posible) hay bastante para asegurar el éxito. En consecuencia, problemas trascendentes de índole atemporal son, muchas veces, envueltos en esos rasgos… lo que provoca que los espectadores se dejen cautivar por esa cáscara y no por el meollo de la obra: los temas, los personajes, la acción dramática. Ojo: no niego que se puedan construir grandes textos profundamente contextualizados (y a todos los niveles), simplemente advierto que se corre el peligro de que los árboles de las referencias concretas y con fecha de caducidad no nos dejen ver el bosque de la obra dramática, califiquémosla de literaria o no, en su conjunto.

Paco Zarzoso

Paco Zarzoso 1

En resumen, pues. Durante décadas de proclamó la muerte del autor, para muchos un artefacto del todo prescindible en el proceso de creación artística. Ahora se tienden a rebajar los rasgos literarios de sus textos para ponerlos, supuestamente, a la altura del horizonte de expectativas de los espectadores, tal como este lo interpretan no solo productores, actores y directores sino muy, muy especialmente los gestores teatrales. Me remito a este respecto al final de un pequeño pero muy significativo texto del dramaturgo valenciano Paco Zarzoso titulado Entremés para Mayordomo, autor dramático y plumero y que habla sobre la mediocridad de nuestros gestores teatrales (de los que hemos sufrido en la Comunidad Valenciana estos últimos veinte años): “Qué tiempos aquellos en los que salías del teatro con hambre de tempestades, qué tiempos aquellos”.

Esta es, en definitiva, nuestra obligación como autores dramáticos: despertar esa hambre entre los espectadores. Y para lograrlo, nada mejor que elaborar nuestras propuestas con un buen aliño literario. Como hicieron en su momento Fernando de Rojas, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Valle-Inclán, García Lorca y tantos otros dramaturgos de los que podemos enorgullecernos hoy día.


A punto de salir este número de la Revista, nos llega la noticia del fallecimiento de Josep Lluis Sirera. Queremos que la publicación de su artículo constituya un homenaje a su memoria y a su extensa labor en el mundo del teatro.

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