N.º 44Shakespeare

 

Moratín frente a Shakespeare: la admiración de un enemigo

Ángel-Luis Pujante
Universidad de Murcia

Hamlet. Tragedia de Guillermo Shakespeare

William Shakespeare, Hamlet. En: Obras dramáticas y líricas de D. Leandro Fernández de Moratín, entre los Arcades de Roma, Inarco Celenio, Única edición reconocida por el autor, Tomo III. Traducción de Leandro Fernández de Moratín (1798). París, Imprenta De Augusto Bobée, 1825. (Portada).

I

La obra de Shakespeare está bien asentada en la cultura española, y en nuestros días ha aumentado el número de traducciones, representaciones y trabajos críticos sobre ella, sin olvidar la presencia del autor como personaje literario en el teatro y la novela. Con todo, su llegada a España en el siglo XVIII estuvo acompañada de una controversia en torno a sus vicios y virtudes que no remitió hasta el cuarto decenio del XIX. Quizá el testimonio más elocuente de este debate lo ofrezca la traducción de Hamlet que, con el pseudónimo “Inarco Celenio”, publicó Leandro Fernández de Moratín en 1798 y que ha sido objeto de bastantes estudios desde 1800 hasta nuestros días.

 

Dos son las razones que explican este interés crítico. Por un lado, su Hamlet marca un hito en la recepción de Shakespeare en España por ser la primera versión española de una obra shakespeariana realizada desde el original inglés. Por otro, vio la luz cuando el Romanticismo, ferviente defensor de Shakespeare, empezaba a andar con paso firme hasta, con el tiempo, arrinconar al Neoclasicismo, adverso al dramaturgo inglés. Se da, pues, la paradoja de que, siendo Moratín un neoclásico irreductible, quisiera traducir una obra de Shakespeare, a quien el clasicista Voltaire había tachado de “monstruo” y “salvaje”, y a su Hamlet de “drama bárbaro”. ¿Acaso Moratín había cambiado de bando o había sentido algún entusiasmo por esta tragedia?

La respuesta a esta paradoja ha sido diversa y, a veces, confusa o contradictoria, según la época y los puntos de vista. Tras leer tanto la versión como el paratexto que la acompañaba, los críticos del siglo XIX no se hicieron ilusiones en cuanto a la admiración de Moratín por Shakespeare o su Hamlet. De hecho, la idea de que Moratín fuese un admirador de ambos parece ser una apreciación moderna. En su extenso examen sobre esta traducción, y tras repasar los comentarios adversos de Moratín contra Shakespeare, Alfonso Par (1935) citó igualmente otros más favorables para llegar a la inesperada conclusión de que Moratín admiraba a Shakespeare. En esta línea también se han expresado Pilar Regalado Kerson (1989) y, más recientemente, Isabel Verdaguer (2004). Además, esta opinión parece haber tenido cierta resonancia fuera del ámbito académico cuando en 2004 su traducción fue empleada por primera vez en el teatro. Su adaptadora, Yolanda Pallín, llegó a decir que Moratín tradujo esta tragedia porque “cayó fulminado, rendido de enamoramiento al leerla”. Teniendo todo esto en cuenta, parece conveniente reexaminar el caso, aportar algunos datos pertinentes e intentar aclarar la situación.

II

Cabe preguntarse si no estamos ante un caso de wishful thinking retroactivo, es decir, ante algo que nos gustaría que hubiese ocurrido y no ocurrió, como si el mérito del traductor no pudiera ser completo si él no era también un admirador declarado del traducido. Una explicación de lo que creo un error está en el modo como a veces se entiende la relación del traductor con el autor original y su obra. En general, el traductor profesional de nuestro tiempo –es decir, el que vive de la traducción– no solo no elige los textos que traduce, sino que puede verse obligado a traducir una obra que detesta. En cambio, a quien traduce poesía o dramas poéticos y no es un traductor “profesional”, que se vería en la penuria si tuviera que vivir de traducciones de estos géneros, se le presupone un sentimiento de admiración por el autor que traduce, o al menos una actitud de empatía ante él. Esta creencia la reafirman los prólogos y notas favorables que suelen acompañar sus versiones, y esta es la actitud que encontramos en los primeros traductores europeos de Shakespeare.

William Shakespeare, Hamlet. En: Obras dramáticas y líricas de D. Leandro Fernández de Moratín, entre los Arcades de Roma, Inarco Celenio, Única edición reconocida por el autor, Tomo III. Traducción de Leandro Fernández de Moratín (1798). París, Imprenta De Augusto Bobée, 1825. (Primera página).

Antes de citar lo que estos escribieron, quisiera detenerme en un aspecto de la versión que nos ocupa. No es este el lugar para entrar en la mayor o menor fidelidad del Hamlet de Moratín, pero, cuando leemos que sus ideas explícitamente neoclásicas no afectaron a su traducción (Verdaguer, 2004), tenemos que preguntamos si Moratín pudo ser una excepción al hecho de que las traducciones no suelen elaborarse en el vacío, ajenas a la poética y al ideario de su tiempo y, si fue una excepción, en qué medida lo fue. Los cotejos más o menos detallados que se han efectuado entre el original y su traducción nos revelan que su mentalidad neoclásica sí que afectó a su labor, aunque sin duda mucho menos de lo que apreciamos en la versión francesa de Pierre Le Tourneur, que Moratín tuvo a mano. Pues bien, Moratín acusó a Le Tourneur de traicionar el original en su deseo de “mejorarlo” continuamente. A este respecto, merece la pena citar una observación del primer adaptador del Hamlet moratiniano que seguramente expresa más de lo que parece.

Me refiero a Pablo Avecilla, que adaptó este Hamlet en 1834 y, cuando publicó su adaptación veintidós años después, explicó que lo había hecho porque habría sido imposible presentarlo en escena “con todos los defectos del original [de Shakespeare] que diestramente conservó nuestro ilustrado Inarco Celenio [Moratín]”. Quizá el propio Moratín le diera pie para esta observación, ya que en su Prólogo hizo constar que tradujo Hamlet “no añadiéndole defectos, ni disimulando los que halló en su obra”, y es posible que hiciera esta precisión pensando en los que un Le Tourneur sí disimulaba. Ahora bien, ¿qué quiso decir Avecilla con “diestramente conservó”? ¿Que Moratín reprodujo los desaciertos de Shakespeare intencionadamente? Avecilla bien pudo insinuarlo, y Moratín bien pudo tener esa intención: si la actitud de este ante Shakespeare no era admirativa, tenía un motivo para no disimularlos, a diferencia de Le Tourneur, que admiraba y veneraba a Shakespeare, como dejó claro al publicar sus traducciones, provocando así las iras de Voltaire y de los neoclásicos más recalcitrantes. En cambio, de Moratín se ha podido decir que tradujo Hamlet con sus imperfecciones, pero no por fidelidad de buen traductor, sino para ponerlo en evidencia ante sus lectores y, de este modo, afianzarse en su denuncia clasicista de Shakespeare (Campillo, 2010).

Pierre Antoine de La Place, English Drama, vol. 2, Londres, 1745. Fuente: https://archive.org/details/letheatreanglois02lapl

Antes de Le Tourneur, Shakespeare ya fue defendido en Francia por Antoine de La Place, quien en su “Discours sur le Théatre anglois” (1745) abogó por la relatividad del gusto, intentando que sus lectores neoclásicos aceptasen al dramaturgo inglés, aunque fuese en sus traducciones fragmentarias y parafraseadas. En cuanto a los primeros traductores alemanes, Christoph Martin Wieland señaló que el genio de Shakespeare no podía someterse a las reglas clásicas y lo presentó como una excepción. A fin de cuentas, Wieland había confesado en una carta de 1758: “Je l’aime avec toutes ses fautes”. Después, Johann Joachim Eschenburg, más erudito que poeta, fue menos emotivo que Wieland, pero parecía estar obsesionado con Shakespeare y “se unió al coro antivolteariano” (Paulin, 2003). Y el traductor italiano Alessandro Verrise sintió arrebatado “dalla forza, e verità delle sue passioni” y comparó a Shakespeare con un río incontenible, mientras que los demás dramaturgos le parecían “límpidos arroyos” (“limpidi ruscelli”) (Fresco, 1993).

 

III

El caso de Moratín fue bien distinto. Empezó su traducción de Hamlet durante su estancia en Inglaterra entre marzo de 1792 y agosto de 1793, y la terminó en Italia dos años más tarde. Su Hamlet fue el resultado de circunstancias singulares que se resumen fácilmente. Viajó al extranjero pensionado por el gobierno español para perfeccionar su escritura dramática mediante el estudio de otros teatros europeos. Su viaje a Inglaterra era la segunda parada en una gira europea que incluía Francia e Italia. Llegó a París en el ardor de la Revolución Francesa y, asustado de lo que vio, decidió sin más demora trasladarse a Londres. Sin embargo, y como confesó a un amigo, “si los franceses no estuvieran locos”, Inglaterra ni siquiera habría estado en su itinerario original (Effross, 1965).

Una vez allí, Moratín estudió el idioma, la vida cotidiana, las costumbres y las manifestaciones artísticas del país. Aunque más adelante le fue mejor, al principio desesperaba de hablar inglés: “la lengua es infernal, y casi pierdo las esperanzas de aprenderla” (Andioc, 1973). Además, no se sentía muy a gusto en Inglaterra, en cuyas gentes veía una actitud general materialista. Frecuentó los teatros londinenses, lo que le permitió conocer las obras inglesas de la época y algunas de Shakespeare. Sin embargo, sus notas sobre las representaciones a las que asistió le muestran como el neoclásico irredimible que no podía tolerar la ausencia de las reglas.

Retrato de José María Blanco White (1775-1841).

Si Moratín hubiera sido otro, Shakespeare habría podido ser una revelación en su camino de Damasco, como lo fue para Blanco White y, aunque en menor medida, lo sería para Alcalá Galiano. Sin embargo, las notas de Moratín sobre las obras shakespearianas que vio en Londres son sumamente críticas. Ricardo III fue una “absurda representación”, especialmente por la “aparición de los once muertos”. La tempestad le pareció una “extravagante pieza, en que Shakespeare dejó correr sin freno a su imaginación”. Para él Julio César era “una pieza irregular, dictada solo por el ingenio y sin los auxilios que presta el arte” (1867-1868). Y, sin embargo, tradujo Hamlet, una obra que no sabemos si vio en Londres, a la que le añadió un importante paratexto integrado por un prólogo, una “Vida de Guillermo Shakespeare” y un buen número de notas.

A primera vista, Moratín nos parece una mente neoclásica desconcertada y dividida entre las bellezas y las imperfecciones de Shakespeare. Sin embargo, destaca su opinión de que “los defectos que manchan y oscurecen [las] perfecciones [de Hamlet] forman un todo extraordinario y monstruoso”. Le repugnaba que las “pasiones terribles” cedieran “á los dialogos mas groseros: capaces solo de excitar la risa de un populacho vinoso y soez.” Su “Vida de Guillermo Shakespeare” deja pronto de ser una biografía para convertirse en una continuación de su ataque al dramaturgo. Y no olvidemos los numerosos comentarios agresivos sobre pasajes de Hamlet que incluyó en sus notas.

IV

Los cambios de gusto y mentalidad que se produjeron en toda Europa a primeros del siglo XIX llevarían a Moratín a efectuar algunas modificaciones en la segunda edición de su Hamlet (1825). Omitió su “Vida de Guillermo Shakespeare”, alteró o eliminó bastantes de sus notas críticas y una frase como “capaces solo de excitar la risa de un populacho vinoso y soez” quedó reducida a “capaces de excitar la risa del vulgo.” Si la “Vida” podía leerse entonces como una especie de manifiesto contra Shakespeare, su ataque debía quedar prudentemente eliminado en un momento en que el Romanticismo ya había hecho de Shakespeare el santo de su máxima devoción: atacar a Shakespeare en 1825 del modo como él lo había hecho en 1798 habría resultado ridículo. Pero no saquemos demasiadas conclusiones de estos cambios. Moratín moriría tres años después, y no como converso shakespeariano. Juan Carlos Rodríguez (1991) nos recuerda que Moratín vivió y conversó en sus últimos años con Manuel Silvela, autor de su primera biografía, quien, conociendo la opinión que Moratín seguía manteniendo sobre Shakespeare, se preguntaba: “¿Cómo podría [Moratín] aplaudir en la fábula las inverosimilitudes, los delirios, y en el estilo la mezcla ridícula de hinchazón y trivialidad del poeta inglés, cuyo desarreglo sostiene y quiere restablecer una nueva secta [el movimiento romántico]?”

Sin duda Moratín admiraba un número de pasajes de Hamlet cuyo estilo alabó, pero en él no encontramos la admiración general, ni la actitud favorable ante Shakespeare de los primeros traductores europeos. A diferencia de Wieland, que amaba a Shakespeare con todos sus defectos, Moratín no podía amarlo a causa de sus defectos. Aunque había leído y manejado la primera edición moderna de las obras de Shakespeare (1709), Moratín cerró los ojos ante lo que su editor, Nicholas Rowe, había dejado escrito en ella: que sería duro juzgar a Shakespeare conforme a una ley que él desconocía.

El caso de Moratín frente a Shakespeare se parece al de Voltaire, quien en la carta decimoctava de sus Lettres philosophiques (1734) expresó sus dudas ante la mezcla de cualidades y defectos que veía en el dramaturgo inglés, pero en 1776 lamentó haber sido el primero en mostrar a los franceses –y al resto de Europa– algunas “perlas” que había encontrado en su “enorme estercolero”. Moratín hablaría de “aquellos felices rasgos del ingenio que brillan entre la barbarie, la indecencia, la extravagancia y ferocidad de sus dramas”. Además, y aunque a su manera, Voltaire tradujo el Julio César de Shakespeare. Para él y para aquellos que, como Moratín, le siguieron de un modo u otro, Shakespeare adolecía de muchos vicios para tan pocas virtudes. Para los admiradores de Shakespeare, desde luego para los románticos, las muchas virtudes de Shakespeare le redimían de sus posibles vicios –su contemporáneo y amigo Ben Jonson ya dijo que Shakespeare era más digno de alabanza que de perdón (“there was ever more in him to be praised than to be pardoned”). Ni en Voltaire ni en Moratín, más dados a censurar los defectos que a excusarlos, encontramos ninguna observación semejante. Además, si Voltaire se lamentaba de haber dado a conocer a Shakespeare en Europa, Moratín habría podido arrepentirse de haberlo traducido, ya que su Hamlet contribuyó decisivamente a dar a conocer a Shakespeare en España. En suma, tanto Voltaire como Moratín entendieron que Shakespeare era un genio, pero entender su genialidad no significó sentir admiración por ella.

Terminaré refiriéndome a un trabajo de Leopoldo Augusto de Cueto (1900) que no vemos citado en ninguno los críticos mencionados en este artículo, ni en otros que también que se han ocupado de este Hamlet. En el marco de un amplio estudio sobre Hamlet y otros “hijos vengadores”, Cueto dedica su parte final a la crítica neoclásica frente a Shakespeare y al Hamlet de Moratín, en el que examina el conjunto formado por traducción, prólogo, “Vida de Shakespeare” y notas que lo acompañan. Su examen es atento y perspicaz, y su visión es más realista o menos idealizada que la de quienes sostienen que Moratín admiraba a Shakespeare. Reconocía que Moratín podía admirar a Shakespeare en parte, pero concluía diciendo: “La versión del admirador parece la versión de un enemigo”.

BIBLIOGRAFÍA
ANDIOC, René (ed.), Epistolario de Leandro Fernández de Moratín, Madrid: Castalia, 1973.
AVECILLA, Pablo, Hamlet. Drama en cinco actos. Imitación de Shakespeare, Madrid: Imprenta de C. González, 1856.
CAMPILLO, Laura, “La influencia de Voltaire en el primer Hamlet español”, Translation Journal, 14,1, 2010. www.translationjournal.net/journal/51shakespeare.htm
CUETO, Leopoldo Augusto de, Estudios de historia y de crítica literaria, Madrid: Sucesores de Rivadeneyra, 1900.
EFFROSS, Susi Hillburn, “Leandro Fernández de Moratín in England”, Hispania, 1965, XLVIII (1), pp. 43-50.
ESCHENBURG, Johan Joachim,William Shakespeares Schauspiele, Zürich: Orell, Geßner, und Comp., 1775-1782.
[FERNÁNDEZ DE MORATÍN, Leandro] Celenio, Inarco, Hamlet. Tragedia de Guillermo Shakespeare, Madrid: Villalpando, 1798.
FERNÁNDEZ DE MORATÍN, Leandro, Obras póstumas, Madrid: Rivadeneyra, 1868, Tomo 3º.
FRESCO, Gaby Petrone, Shakespeare’s Reception in 18th Century Italy.The Case of Hamlet, Bern: Peter Lang, 1993.
LA PLACE, Pierre-Antoine de, Le théatre anglois, London: s.n., 1745-1749.
LE TOURNEUR, Pierre, Shakespeare traduit de l’anglois, Paris: Duchesne, 1776-1783.
PALLÍN, Yolanda. “[Declaraciones sobre el Hamlet de Moratín]”, 2004.
http://actualidad.terra.es/articulo/html/av2115788.htm
PAR, Alfonso, Shakespeare en la literatura española, Madrid y Barcelona: Victoriano Suárez y Biblioteca Balmes, 1935.
PAULIN, Roger, The Critical Reception of Shakespeare in Germany, Hildesheim, Zürich & New York: George Olms Verlag, 2003.
REGALADO KERSON, Pilar, “Moratín y Shakespeare: un ilustrado español ante el dramaturgo inglés”, Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (1986), publ. Sebastian Neumeister, Frankfurt am Main: Vervuert Verlag, 1989. http://cvc.cervantes.es/obref/aih/aih_ix.htm
RODRÍGUEZ, Juan Carlos, Moratín o el Arte Nuevo de hacer Teatro, Granada: Caja General de Ahorros de Granada, 1991.
VERDAGUER, Isabel,“Shakespeare’s ‘Poem Unlimited’ in Eighteenth-Century Spain”, in Rui Carvalho Homem and Ton Hoenselaars (eds.), Translating Shakespeare for the Twenty-First Century, Amsterdam-New York: Rodopi, 2004.
VOLTAIRE, “[From a letter to Charles Augustin Feriol, comte d’Argental, 19 July 1776]”, en Theodore Besterman (ed.), Voltaire on Shakespeare, Genève: Institut et Musée Voltaire, 1967.
VOLTAIRE, Lettres philosophiques, Amsterdam: Lucas, 1734.
[WIELAND, Christoph Martin,] Shakespear Theatralische Werke. Aus dem Englischen übersetzt von Herrn Wieland, Zürich: Orell, Geßner, und Comp.: 1762-1766.

 

Artículo siguienteVer sumario


www.aat.es