N.º 44Shakespeare

 

Mi amigo Shakespeare
(Apuntes sobre el amor en El sueño de una noche de verano)

Denis Rafter

No todo el mundo es aficionado a Shakespeare, ni siquiera en Inglaterra. Hay quienes dicen que no lo entienden, que su lenguaje es arcaico, sus personajes de otro mundo o que trata de temas que ya no existen o no importan. Otros prefieren a autores más modernos que hablan como cristianos. Entonces, ¿cómo ha sobrevivido en la literatura mundial con tanta potencia?, ¿cómo es posible que cada año se sigan representando sus obras en casi todo el mundo?

Tres elementos en sus obras me fascinan, como actor y director:
−    La estructura dramática de sus obras.
−    La sublime poesía de sus textos.
−    Su profundo conocimiento de la naturaleza del ser humano.

Además, desde hace años nos hemos hecho amigos. Confío en él como buen amigo y sé que cuando estoy más perdido dirigiendo una de sus obras está allí conmigo, en mi mente, inspirándome. Nuestra amistad empezó cuando dirigí Sueño de una noche de verano. Al leer la obra tenía mis dudas, como cualquier director. ¿Podría unir todos los elementos para conseguir y mantener el ritmo de la obra sin perder la claridad de la fábula y el texto? Parece una obra fácil de poner en escena, pero no lo es. Hay cuatro historias de amor, cada una con un desarrollo dramático que, a primera vista, es diferente.

Ilustración de Arthur Rackham: El encuentro de Oberón y Titania (1905), Acto II, Escena 1 de El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare.

En primer lugar, la historia de amor entre los cuatro jóvenes amantes: Elena y Demetrio, y Hermia y Lisandro. Siempre he pensado que Shakespeare empezó escribiendo Sueño de una noche de verano como tragedia, pero al final le salió una comedia; con Romeo y Julieta, por el contrario, pensaba escribir una comedia que se convirtió en tragedia. Por eso en la primera escena del Sueño es importante que el público sea consciente del peligro que corren los dos amantes, Hermia y Lisandro. Como decía Samuel Beckett con respecto a sus obras, buscaba risas y lágrimas. Pero en tiempos de Shakespeare no era normal en los teatros de Europa mezclar la tragedia con la comedia. Los franceses criticaban y despreciaban las obras de Shakespeare por esta razón, porque no estaba respetando las reglas clásicas del teatro. Solamente tras la Revolución Francesa, en 1789, reconocieron que Shakespeare tenía razón: la vida es cómica y trágica a la vez.

La segunda historia de amor en Sueño es la de Hipólita y Teseo, una pareja que parece incompatible al principio pero que, poco a poco, se convierte en un amor maduro y armónico. Ella habla poco durante la obra, pero cada una de sus palabras está cargada de sabiduría y de ironía, tal como debe hablar la Reina de las Amazonas. De nuevo se trata de un conflicto amoroso entre dos personas: Teseo, un Rey acostumbrado a dominar, intransigente y que sigue la letra de la ley porque sabe que si él mismo no la respeta tampoco sus súbditos van a respetarla; e Hipólita, una mujer fuerte, guerrera y acostumbrada a su libertad.

La tercera historia de amor tiene lugar entre Oberón, el Rey del bosque y de los duendes, y su Titania, la bellísima reina de las hadas. Ambos son más libertinos en sus vidas amorosas; cada uno ha tenido varios amantes. Pero Oberón es machista y se muestra celoso porque Titania hace más caso a un pequeño niño que a él. No sólo el bosque es su campo de batalla, sino también la naturaleza. Por culpa de su combate, el tiempo está empeorando. (Incluso en tiempos de Shakespeare se preocupaban por el cambio de clima). Cuando las cosas van mal en el mundo, con la resistencia del bien contra el mal, no solamente los seres humanos sufren, también la propia naturaleza.

Henry Fuseli, Titania Caresses Bottom with the Donkey’s Head (1793-94). Kunsthaus, Zurich.

Pero hay una cuarta historia de amor en Sueño, la de Píramo y Tisbe. Se trata de una leyenda que debe terminar con la muerte de ambos amantes. Interpretada esta vez por un grupo de seis cómicos del pueblo, con más entusiasmo que talento, se convierte en una burla del amor en la que el lenguaje es exagerado y poco poético. Es metateatral y melodramática, sobreactuada y llena de pequeños accidentes escénicos. El protagonista, Bottom, es egoísta e histriónico, y su interpretación de la tragedia está tan mal hecha que se convierte en comedia. Es un ejemplo claro de que la vida es una mezcla de lágrimas y sonrisas.

Cuando empecé a dirigir Sueño, estas claves de la obra no eran tan obvias. Por supuesto, tenía claro que era una obra sobre el amor, pero hasta que me sumergí en el contenido de la obra, quitando capa tras capa para llegar a las semillas de la inspiración de Shakespeare, no me di cuenta de la profundidad de las emociones que él quería compartir. Sólo una persona de gran genio y de amplio conocimiento de las pasiones humanas podría escribir una obra tan magistral. Me di cuenta de lo complicado que es el amor en todas sus facetas, y sobre todo entendí que dentro de la felicidad del amor hay tristeza; dentro del placer del amor hay sufrimiento; dentro de la juventud y de la vida que el amor te ofrece, también la vejez y la muerte aparecen en el horizonte. Para cualquier persona que quiera entender el peligro del amor y lo cruel que puede ser, le aconsejo leer El sueño de una noche de verano. Y para entender mejor el Sueño, aconsejo leer los sonetos de Shakespeare. En ellos está la clave de sus verdaderos sentimientos. Cada poema es una joya que trata del amor con verdad y pasión, y en palabras de Oscar Wilde, “like water bubbling from a silver jar”. En muchos el autor se presenta como víctima, rendido y sin fuerzas, conquistado por la propia esencia del otro, su olor, su piel, boca, pelo, labios, ojos, todo lo que forma parte de un ser humano. El autor vive a través del otro u otra. Shakespeare no respetaba la diferencia de género en asuntos de amor. A veces sus sonetos están dirigidos a una mujer, pero otras veces el objeto de su pasión es un hombre. “Por eso el amor es ciego”, dice Elena en el primer acto de Sueño: “es niño”.

Es interesante que en esta obra sea la joven Elena quien entienda sobre el amor más que cualquiera de los otros amantes, sea Demetrio, Hermia, Lisandro, Hipólita, Teseo, Oberón, Titania, Píramo o Tisbe. Y además, es ella quien más sufre por su amor y es más fiel, sincera y decidida en su amor. Parece que de su dolor saca más fuerza y coraje para seguir adelante, aunque tenga que arriesgar su vida en el bosque por la noche sólo para estar en presencia de su amado Demetrio. En su boca pone Shakespeare unas palabras de amor llenas de poesía, pasión y sabiduría. De todas las amantes, es la más atractiva. Es su vulnerabilidad, su sinceridad y su humildad lo que nos hechiza. Siempre he pensado que es una lástima que malgaste su pasión y su vida con un chulo como Demetrio.

La fierecilla domada, de William Shakespeare, dirigida por Mariano de Paco Serrano. Teatro Albéniz, 2008. (Fotógrafo: Daniel Alonso).

En realidad, en ninguna de las obras de Shakespeare sus protagonistas masculinos merecen a su pareja femenina. Piénsenlo bien. Otelo no merece a Desdémona, ni Hamlet a Ofelia, ni Lear a su hija Cordelia; tampoco en las comedias: Orsino no merece a Viola, ni Petruchio a Caterina, ni Lorenzo a Jessica, la hija de Shylock. También me inclino a culpar a Romeo de la muerte de Julieta. Pero tal vez soy demasiada feminista o al menos romántico. En fin, en el personaje de Elena vemos representados los atributos y virtudes de todas las mujeres. Me atrevo a decir que, desde Shakespeare, sólo un compatriota mío, James Joyce, ha dibujado la figura de la mujer tan acertada y con tanta verdad, fuerza y sabiduría. Incluso en La fierecilla domada Shakespeare demuestra su faceta feminista. Aunque algunos le achacan de machista porque Petruchio trata mal a Caterina, es Petruchio –el personaje–, y no Shakespeare –el autor–, quien se comporta con crueldad hacia ella, intentando dominar su espíritu rebelde. Lo que Shakespeare hace es demostrar la crueldad del hombre hacia la mujer, “mostrando un espejo de la naturaleza”, como Hamlet dice a los actores. Tampoco se puede decir que el autor de El mercader de Veneciasea antisemita por el comportamiento de Antonio y los venecianos cristianos hacia Shylock. Esta obra demuestra que desde el odio sólo nace el odio. Los argumentos del judío, tan coherentes en su defensa, muestran que no solamente es más culto e inteligente que el resto de los venecianos, sino también más preparado e inteligente. Y es la mujer, Portia, quien demuestra cierta simpatía hacia él, y sólo ella está a su altura intelectual. Shylock hubiera sido mejor marido para ella que Bassanio.

El mercader de Venecia, de William Shakespeare. Dirección de Denis Rafter. Teatro María Guerrero, 1992. (Fotógrafo: Chicho).

Para hacerme amigo de Shakespeare tuve que tratarle con respeto, pero no con reverencia, y no intentar ser más listo que él introduciendo ideas ajenas a la esencia de la obra. No me impresionan algunas versiones de sus obras que destruyen cualquiera de estos tres elementos que he mencionado al principio, la estructura dramática, la poesía y la profundidad de sus personajes. Estos cambios se pueden hacer. Podremos sentir inspirados por sus obras, pero cuando los cambios son tan radicales que destruyen la obra original entonces el resultado debe recibir otro nombre.

Poco a poco, nuestra amistad iba creciendo. Parece una exageración que un hombre como Shakespeare, un inglés muerto hace cuatro cientos años, pueda ser amigo de un irlandés nacido en el siglo veinte. Es uno de los misterios del arte y a la vez su magia. Pero la respuesta es sencilla, tan sencilla como llorar o reír o amar, sentimientos universales. Shakespeare, a través de sus obras, me transmitía sus sentimientos. Podría sentir sus emociones a través de sus palabras, y entender mejor no solamente su pasión, sino también sus ideas y sus intenciones. Lo difícil era transmitir eso también a los actores, y me di cuenta de que lo mejor fue no imponer las características de los personajes sobre ellos sino sacar de ellos mismos las emociones y aspectos que compartían con su personaje. Así salía todo natural y sin perder la esencia de Shakespeare.

No siempre fui tan amigo de Shakespeare. Como la mayoría de los jóvenes en Irlanda, tuve que estudiar algunas de sus obras en el colegio. Y como pasa también, no todos los profesores sabían cómo enseñarlo. Olvidaban, o desconocían, que sus obras son mucho más que cualquier magnífico cuentacuentos. Pero ellos se empeñaban e insistían en que era necesario aprender los textos de memoria, y después decirlos como marionetas, sin estudiarlos primero desde el punto de vista dramático. Entonces, nosotros, los pobres alumnos, terminábamos odiando a este autor llamado el Bardo de Stratford. Personalmente me gustaban más Robert Louis Stevenson o Charles Dickens, y mi interés dramático estaba más orientado al cine, al canto y al rock and roll que a la literatura inglesa del siglo XVI. Ojalá en aquel entonces mis profesores me hubieran revelado el genio de Shakespeare, cómo entendía al ser humano en todos sus momentos, en sus triunfos y sus fracasos, en sus amores y desamores. Me hubieran aclarado lo complicado que era el mundo en el que crecía. Hubiera entendido mejor que en nuestro mundo hay buenos y malos y existe una lucha eterna entre el bien y el mal. Que cada uno de nosotros tenemos un genio bueno y uno malo, y que esta lucha universal es una lucha interior de cada persona, como en Lear, en Otelo o en los Macbeth.

 

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