N.º 44Shakespeare

 

Entre autores

Shakespeare hoy

Coordinado por Juan Pablo Heras e Ignacio Pajón

Para recuperar “Entre autores”, sección clásica de Las Puertas del Drama, reunimos a tres autoras, María Velasco (M.V.), Diana Luque (D.L.) y Yolanda Pallín (Y.P.), para que nos hablen de su relación con la obra de William Shakespeare, en cuyas aguas han navegado a lo largo de distintas experiencias dramatúrgicas. Al hilo de los tiempos, el encuentro ha sido virtual, lo que no ha impedido la mutua escucha y el contraste de argumentos.

 

¿Podríais contarnos cuáles han sido vuestras últimas experiencias dramatúrgicas en relación con la obra de Shakespeare? (Tanto adaptaciones como obras originales)

M.V. Hasta el momento, solo puedo hablar de una experiencia (espero que no la última). Se trata de Manlet, una obra en la cual especulo muy libremente sobre posibles avatares de Hamlet y Gertrudis para hablar de las relaciones materno-filiales y la disfuncionalidad inherente a la célula familiar. La obra, con dirección de Inés Piñole, puede verse los miércoles de septiembre y octubre en la Sala Nave 73.

Manlet, de María Velasco (Nave 73, 2014).

D.L. Noche de Reyes, de Coarte Producciones, para quienes llevé a cabo tanto la traducción del texto como la versión para su puesta en escena. Esta producción, ambientada en un circo de principios de siglo XX, y que a día de hoy sigue de gira por España, tiene dos particularidades: la primera, estar dirigida a un público juvenil y, la segunda, haber sido concebida como espectáculo completamente accesible, para personas con discapacidad sensorial (sordos y ciegos). De esta forma, todos los elementos, desde el diseño escenográfico hasta el trabajo de los actores, están encaminados a conseguir dicha accesibilidad; pero, además, a que cualquier persona sin discapacidad perciba algunos momentos de la obra con alguna carencia sensorial.

Y.P. La última experiencia escénica ha sido la adaptación para mi compañía, Noviembre Teatro, de Otelo. Pero acabo de entregar el texto para los ensayos de El mercader de Venecia. No digo que la adaptación esté terminada porque no considero que el trabajo acabe hasta el día del estreno; como poco. También he adaptado Hamlet y Noche de Reyes para Eduardo Vasco, mi socio y director de Noviembre, y Coriolano para Helena Pimenta. Cada experiencia ha sido diferente a la anterior y todas han estado muy determinadas por el trabajo con los directores. De hecho, entiendo la labor de adaptación como una mediación entre el texto original y las circunstancias concretas de producción. El adaptador que se atreve con cualquiera de estas obras ha de conocer muy bien el sistema dramatúrgico del teatro isabelino; y mejor, si cabe, la escritura de Shakespeare, su gramática textual. Pero, sobre todo, ha de ser un dramaturgo contemporáneo, un experto en el teatro de nuestro tiempo.

Coriolano, de William Shakespeare. Versión de Yolanda Pallín, con dirección de Helena Pimenta (2005).

¿Qué pueden aprender los autores teatrales contemporáneos de la obra de Shakespeare?

M.V. Se me ocurre, en primer lugar, la epicidad. La idea de abrazar la totalidad de una existencia. Hace falta ambición. En segunda instancia, destacaría la originalidad en el uso de la metáfora. Las metáforas tienden a devenir convencionales. Las de Shakespeare siguen siendo sorprendentes cuatro siglos más tarde. Pienso en el efecto reflectafórico del que habla Rafael Spregelburd: en un pequeño detalle de la obra se reflejan otros elementos constitutivos de la misma.

D.L. Todo (o casi). Opino que uno no debe acercarse a la obra de Shakespeare sin antes echar abajo el pedestal en el que lo hemos encumbrado durante siglos. En su día, sus obras eran una herramienta de trabajo más: tenían que ser flexibles y alterables, al tiempo que dinámicas y complejas, porque sustentaban toda una puesta en escena. La genialidad de Shakespeare no radica en la fluidez y la riqueza de su verso, sino en la capacidad del autor para lograr dicha fluidez y riqueza escribiendo y reescribiendo —como lo hacía— para la inmediatez de la puesta en escena. Y, cómo no, su genialidad también radica en haber abordado los grandes temas universales de forma que suscitasen interés tanto al público culto como al espectador más patán; en haber combinado lo sublime y lo soez, creado personajes complejos en su modo de pensar y obrar, y en haber generado estructuras donde los giros de la trama mantienen en vilo al oyente (pues los espectadores de la época acudían a escuchar, no ya a ver, las obras). Las piezas de Shakespeare no son perfectas; Noche de Reyes es un buen ejemplo: la trama secundaria gana más peso que la principal y, desde el punto de vista estrictamente dramatúrgico, la obra se vuelve innecesariamente repetitiva. Si bien, es fácil suponer que el público isabelino, gustoso de ver mamporrazos y riñas absurdas en escena, tuvo algo de culpa. Creo que es importante comprender todo esto para entender a Shakespeare, y dejar a un lado ciertas actitudes “museísticas” y recreaciones “arqueológicas”.

Y.P. Estoy de acuerdo con Diana y María: la potencia de sus metáforas es importantísima; y esa potencia se percibe en toda su escritura; está presente en la micro estructura, en las estrategias que manejan sus personajes, tan encarnables, en la combinación entre imágenes certeras y ambiguas a un tiempo; y también en la macro estructura, en la selección de unas historias tan capaces de conmovernos, y hasta de asustarnos en su fiereza. Destaco también esa estupenda capacidad de mezclar lo elevado y lo grosero como partes inseparables de la variada naturaleza humana. Al lado de la poesía más delicada, del pensamiento más elaborado, podemos encontrar el exabrupto o la violencia extrema. Shakespeare es un autor orgánico cuyas criaturas parecen crecer ajenas a la mano del autor. Sus reacciones son sorprendentes y a la vez necesarias; y cuando no lo parecen, debemos ajustar nuestras herramientas de análisis. Shakespeare es muy libre, en el conjunto de su obra y en cada una de ellas. El adaptador se enfrenta a muchas dificultades ante el maestro; pero el gran reto está en no domesticar a la bestia. En ocasiones la tentación es grande. Entender a Shakespeare como nuestro absoluto contemporáneo, pretender explicarlo, puede apagar su fuego. Ese fuego, esa profunda amoralidad estructural es, para mí, la principal razón por la que creo que Shakespeare está tan vivo.

Como suele decirse de los clásicos, ¿hay nuevas lecturas posibles de las obras de Shakespeare o recurrir a él es un reencuentro con nuestros orígenes?

M.V. Yo creo en las nuevas lecturas, porque vemos y leemos con los ojos de aquí y ahora. Lo que hace de Shakespeare un clásico es, en parte su resiliencia, término hurtado a la arquitectura que define la capacidad de un sistema para regresar al equilibrio después de haber sufrido una transformación. Puede ser adaptado a la gran pantalla por un autor japonés como Kurosawa (Trono de Sangre, Ran), convertirse en película para adolescentes de la mano de Baz Luhrmann, mutar en monólogo (Próspero sueña Julieta, de Sanchis Sinisterra) o juego (véase, la puesta en escena de La Tempestad, de Peris-Mencheta). No volvemos a él por interés arqueológico, sino porque es “inagotable”.

La tempestad, de William Shakespeare. Versión y dirección de Sergio Peris-Mencheta. Naves del Español, 2012. (Fotógrafo: Daniel Alonso).

Y.P. Es evidente que una cultura ve en las obras del pasado lo que puede ver. Lo que le es dado ver. Y añadiría: eso no quiere decir que vea lo que quiere ver. El texto no es un pretexto, sea de Shakespeare o de Perico el de los palotes. Si un equipo de creadores lee lo que le apetece leer, o lo que le viene bien leer, podemos sospechar un principio de “mala fe”, un uso “indebido” del prestigio del pasado, o de lo que creemos que es alta cultura; o bien, una simple torpeza en el análisis. Otra cosa es suponer que los signos de la cultura no cambian con el devenir de la historia. Que cambian es un hecho, lo asuma la Academia o no; tan cierto como que Desdémona es un personaje que representa a una mujer, aunque fuera representado por actores que eran hombres. Nuestro sistema teatral ha cambiado y el signo “Desdémona” con él. Pero más ha cambiado nuestra mentalidad y la condición femenina. Repito: vemos lo que podemos ver. Leemos lo que podemos leer. Entendemos lo que podemos entender al presenciar las obras de una cultura que no es la nuestra en su totalidad; pero sí en parte. El estudio nos dota de recursos para comprender intelectualmente, pero no podemos olvidar que la historia es un relato construido por la cultura. Solo la historia que está dentro de nosotros, no detrás, nos posibilita el trato cordial con las obras del pasado. La crítica, el medio teatral, el boca a boca, en ocasiones producen prejuicios. Se nos dice que Otelo es la tragedia de un hombre celoso y vamos buscando los signos que lo confirman y podemos pasar por alto otros que sería muy productivo resaltar. Resaltar no tiene que implicar un ejercicio de subrayado. El adaptador, y con él el equipo, ha de revelar la cara no evidente de la realidad con la que trabaja, en este caso, las obras de Shakespeare. El efecto poético se basa en revelar esa extrañeza. Todo lo demás será arqueología.

¿Qué textos de Shakespeare han sobrevivido mejor al paso de tiempo? ¿Shakespeare está obsoleto en algún sentido?

M.V. Yo no soy ninguna especialista en la materia. No he leído ni mucho menos todo Shakespeare. Solo puedo decir que con un personaje como Hamlet se convierte en profeta y visionario del drama moderno y contemporáneo: Hamlet en tanto que ¿héroe? indeciso, pasivo, ciclotímico. He oído decir: “no es la duda sino la incertidumbre lo que vuelve loco a Hamlet”. Se inaugura una tendencia, muy importante para el devenir del drama, a la meditación y la procrastinación.

D.L. Los grandes dramas, sin duda, y algunas comedias. Otras piezas han tenido la desgracia de permanecer en el olvido durante siglos. Tito Andrónico, por ejemplo, era considerada una obra excesivamente macabra como para ser representada. La labor de la Royal Shakespeare Company, que lleva décadas rescatando y llevando a escena la producción dramática de Shakespeare, ha sido clave para acercar las obras a todo tipo de públicos. El desarrollo histórico y cultural influye en la manera en que percibimos las piezas.

Tito Andrónico, de William Shakespeare. Sala Olimpia de Madrid, 1989. (Fotógrafa: Pilar Cembrero).

Quizás hoy en día, en nuestra sociedad, nos resulte complicado entender actitudes como la de Isabel en Medida por medida, pero no ocurre lo mismo en otras culturas y religiones. Shakespeare bebió de los mitos, las historias populares y la experiencia cotidiana; muchos de los motivos y temas de sus obras son universales; de ahí que hoy sus obras se representen en países y culturas tan disímiles como la japonesa o la nórdica, y admitan una lectura actualizable a nuestro tiempo, una actualización que no pasa por vestir a los actores con traje de chaqueta. Por cuestiones naturales, de uso, parte del lenguaje ha quedado obsoleto; y en las traducciones inevitablemente se pierden matices idiomáticos, juegos de palabras y sonoridad; además, cada cierto tiempo son necesarias nuevas revisiones y traducciones.

Y.P. El canon existe. Se va fijando a golpe de taquilla y de crítica. Hay obras que son más representadas y otras que lo son menos. Y están las imposiciones del sistema de producción, como siempre por otro lado. Hace tiempo, en un Festival Internacional de Madrid (cuando no era de Otoño ni de Primavera), pudimos ver dos representaciones diferentes de Tito Andrónico: uno, Brian Cox, dirigido por Deborah Warner, y otro Raf Vallone, dirigido por Peter Stein. Ahora es muy difícil que se dé algo así. Con todo, el mayor peligro está en Twitter. En el titular. Forzados por la necesidad profesional, y la furia del español sentado, vamos muy deprisa por la vida. El matiz necesita tiempo y la heterodoxia también. A veces no tenemos tiempo para rescatar las obras menos representadas de Shakespeare. La variedad de Shakespeare es demasiado iconoclasta como para ser disfrutada en su plenitud. O en alguna de sus plenitudes posibles. Es una fuerte intuición. No tengo pruebas reales que lo acrediten. Puede que sea porque me falta tiempo. Siempre tengo la sensación de que Shakespeare va por delante de todos nosotros. Yo no creo que el ser humano se esté perfeccionando; más bien al contrario. ¿Obsoleto? No. En absoluto. Les recomiendo la lectura de un artículo fascinante de la antropóloga Laura Bohannan, “Shakespeare en la selva”. En él se reafirma que leemos lo que podemos leer. Alguien dirá que los africanos a los que la antropóloga contó Hamlet no la entendían porque eran primitivos. Seguiremos, pues, afirmando la superioridad de nuestra cultura; y aquí sí estamos muy cerca de Shakespeare. Los japoneses “entienden” a Shakespeare en tanto que forman parte de nuestro mundo globalizado. ¿Acaso nosotros “entendemos” a Shakespeare? En parte, solo en parte. Por eso seguimos representándolo.

A la hora de adaptar los textos shakesperianos, ¿qué decisiones tomáis cuando os encontráis con aspectos ideológicos o doctrinarios ajenos u opuestos a los valores de nuestro tiempo? (Me refiero a planteamientos machistas, racistas, homófobos, etc.)

M.V. Aún no he tenido ocasión de adaptarlo (mi versión es de inspiración muy libre), pero creo que, como dice Mayorga, el adaptador es un traductor entre dos tiempos (hay que contextualizar). Ahora bien, esos planteamientos me parecen despreciables frente al problema de la traducción. Siento un estremecimiento cuando escucho a Shakespeare en su lengua original y, a la vez, una gran frustración: nunca podré aprehender su poesía sin la intermediación de intérpretes, que, en este caso concreto, han de ser poetas.

D.L. Antes de nada, debemos entender que conceptos como “machismo”, “feminismo”, o “patriarcado” no tenían cabida en los siglos XVI y XVII, y que otros como “igualdad”, “grandeza”, “Dios”, e incluso “honra” y “honor”, han adquirido otro valor en la actualidad y en nuestro contexto socio-político, religioso y cultural. Lógicamente, el público del siglo XXI no es experto en teatro isabelino y jacobino, e, inevitablemente, hace una lectura contemporánea de las obras. Opino que la clave para adaptar o, mejor dicho, para hacer una traslación de un contexto histórico-social a otro es acercarse a las obras con objetividad, intentando entender las motivaciones de los personajes: Otelo no es celoso, su contexto religioso y cultural choca con el de Desdémona; Shakespeare no hizo de Shylock un cliché, sino un personaje lleno de humanidad; Hamlet está paralizado por el choque entre sus valores “ilustrados” y renacentistas y los tradicionales valores medievales que le obligan a convertirse en el vengador de su padre. Creo que el primer paso es siempre preguntarse: ¿qué nos dicen los clásicos hoy? ¿Qué nos cuentan sobre nosotros mismos y nuestro tiempo?

Y.P. Creo que he respondido en parte más arriba. Intentaremos ser objetivos, pero lo conseguiremos solo en parte. Me fascina la amoralidad de Shakespeare. Es posible que yo sólo vea lo que puedo ver. O que mis instrumentos de análisis sean limitados. Ahora pienso que lo mejor que podemos hacer con las “cuestiones escabrosas” es no hacer nada. O casi. También hemos de perdonarnos por nuestras miserias contemporáneas. No tomarnos a nosotros mismos muy en serio. Me parece una actitud muy shakespereana. ¿Shakespeare era racista? No me importa. Sospecho que lo sería, por lo menos tanto como la mayoría de nosotros. ¿En su tiempo suscitaría adhesión moral y ahora puede provocar escándalo? Bueno, vivimos en el tiempo que nos ha tocado vivir. ¿Hay homofobia en las obras de Shakespeare? Yo leo un profundo dolor ante la dificultad de realizar nuestros deseos. No solo en lo que se refiere al género. También al sexo. Al poder. Al amor, que es gozo y perdición. Corregir a Shakespeare es, en parte, como poner un mensaje en Twitter. Un titular. Una mordaza. En cualquier caso, adaptando a Shakespeare no le hacemos nada, o casi nada, a su obra. El teatro es efímero. El texto sigue estando en los libros, dispuesto a ser sometido a la tortura y/o elevado a la gloria. Me produce escalofríos pensar en el trabajo de un restaurador de obra pictórica que “le mete mano” a la obra original. Aunque, bien mirado, pocos sabríamos donde está Borja si no fuera por el famoso Ecce Homo de doña Cecilia. Lo que se hubiera reído Shakespeare.

 

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