N.º 44Shakespeare

 

Cuaderno de bitácora

Shakespeare nunca estuvo aquí

Por Juan Carlos Rubio y Yolanda García Serrano

Todo empezó por una placa. Hace unos diez años, al pasar cerca de la plaza Mayor, la vi. “Hemingway nunca comió aquí”, rezaba. He de reconocer que me hizo gracia, mucha gracia, que un típico restaurante del Madrid antiguo se anunciara con semejante leyenda. En vez de presumir de que en algún momento de su historia un famoso personaje hubiese comido en sus mesas, presumía de todo lo contrario: el famoso escritor nunca se contó entre sus clientes, dejando al posible paseante varias sugerencias: “No comió aquí… peor para él” o “No comió aquí… y nos importa un bledo” o vete tú a saber qué. Me marché, pero esa a priori inocente frase se quedó instalada en mi mente, como nos sucede a todos los autores cuando reparamos en algo que despierta nuestra curiosidad. No lo olvidamos, no. Tan solo esperamos a que llegue el momento preciso para utilizarlo, para tirar de nuestro oficio y concretar en un puñado de folios lo que antes pudo ser una sensación, una noticia, una experiencia o, por qué no, insisto, una placa.
El momento preciso llegó años más tarde, cuando le propuse a Yolanda García Serrano que colaborásemos en la escritura de esta historia. A lo largo del tiempo había construido una mínima trama: no sería Hemingway, sería Shakespeare; en vez de una comida, ¿qué tal un manuscrito original e inédito?, y en vez de Madrid, un pequeño pueblo perdido de Inglaterra. Eso era todo lo que tenía. A Yolanda le gustó la idea. Siento debilidad por Yolanda. Además de por su talento, por su gigantesco sentido del humor y por lo fácil que resulta tenerla de compañera de viaje. Así que nos pusimos a ello. Primero, dedicamos varios meses a madurar bien la trama, a documentarnos, a debatir hasta el más mínimo detalle. Pretendíamos rendir homenaje a aquellas maravillosas películas en blanco y negro de Lubistch, al teatro de Noel Coward y, sobre todo, a una lejana época en la que hasta para ser ladrón había que ser honrado. Vimos películas, fotografías, músicas y compartimos referentes e imaginarios.
Una de los primeros asuntos que pactamos fue el reparto. Escribiríamos una comedia con muchos personajes, tantos como hicieran falta. Nada de estrecheces presupuestarias. Está claro que lo nuestro es nadar contra corriente. En estos momentos en que cualquier productor se lleva las manos a la cabeza si le hablas de más de cuatro actores para formar compañía, nosotros necesitaríamos ¡13 actores! Toma ya. Para rematar, habría varios decorados y… época. La historia transcurre en 1935. Después de liarnos la manta a la cabeza y asumir lo difícil que sería que nuestro futuro trabajo subiera a las tablas, continuamos el camino. Nos repartimos las escenas de la obra y fuimos avanzando, como en un partido de tenis. Cada uno leía y retocaba el trabajo del otro y lo volvía a enviar. Me siento especialmente orgulloso de esa simbiosis que se produjo. Los dos asumimos un mismo registro y no creo que nadie sea capaz de leer la obra y determinar qué pasaje corresponde a cada uno, quizá porque nuestra perspectiva no fue nunca la de “este es mi trozo, así que hago lo que quiero”, sino que nos sentimos parte de un mismo proceso y un mismo objetivo, sin vanidades o egos, que suelen ser el principal escollo del trabajo en equipo. Al proceso de escritura, de nuevo, le dedicamos varios meses más. Podemos decir que Shakespeare nunca estuvo aquí es un texto producto de una lenta cocción, tanto de estructura como de diálogos. Al menos un año y medio fue necesario para que diéramos por terminada una primera versión. Y aún eso no fue más que otro escalón en el proceso. Gracias a la generosidad de un grupo de actores pudimos organizar una lectura y escuchar en boca de ellos cómo la literatura se transformaba en teatro. Y desde luego, sacar importantes conclusiones que nos llevaron a preparar una segunda versión con añadidos, cortes y algunas alteraciones en la trama. Para mí es fundamental recabar información de personas de confianza una vez que he terminado un primer borrador de mis obras. Si todas ellas coinciden en algo (o la mayor parte) siento que debo hacerles caso. O al menos, intento plantearme seriamente las dudas que ellos me han comentado. Como digo, de aquella interesante lectura salió una nueva versión de la obra. Y aquella fue la que, al fin, enviamos al Premio Lope de Vega 2013. Con tan buena fortuna que ganamos la convocatoria. Mira por dónde, un proyecto que, por lo desmesurado y ambicioso, parecía destinado a pasar a un olvidado cajón, sería estrenado en alguno de los espacios municipales en la temporada 2014-2015… ¡O eso figuraba en las bases! Aún estamos a la espera de que nos concreten fecha. Ojalá que cuando este artículo esté publicado sepamos seguro ese dato. España es un país ¿particular? para muchos asuntos. Y el teatral no es ajeno a esos males comunes. Pero será mejor volver a la parte agradable…
Shakespeare nunca estuvo aquí habla de verdades y mentiras, del valor que podemos dar a ciertas cosas cuando consideramos que son de alguien y cómo deja de tenerlo cuando descubrimos que son de otra persona. Porque, vamos a ver, ¿no es verdad que algunos cuadros de Picasso son malos? ¿O es que una simple firma convierte en extraordinario algo que salta a la vista que no vale nada? Pues sí, eso ocurre. Vivimos años de cotización en bolsa, de marketing, de imagen, de contratos ultra millonarios. Una firma cuesta una barbaridad, la marca se erige como la máxima estrella, dejando en un segundo término, como poco, a la obra en sí. En nuestra historia, el descubrimiento de un manuscrito original de Shakespeare pone patas arriba a una pequeña población inglesa donde el bardo nunca tuvo la decencia de poner los pies. Lo increíble es que la obra en sí es de gran calidad. Pero claro, si no es de Shakespeare, no vale nada. Ese debate tiene alborotado el corral. Y en ese contexto se desarrolla la historia de amor. Porque nuestra obra es una comedia romántica de esas de toda la vida, con personajes bonachones incapaces de hacer el mal por más que lo intenten. Esta fue la segunda línea de intención cuando la escribimos, criticar estos tiempos de corrupción, robos, falta absoluta de moral, en los que el dinero es el único pasaporte que nos asegura la entrada al paraíso. Abrumados por las noticias diarias de los telediarios, por las portadas de los periódicos en los que no hay día en que no aparezca una nueva trama de millones de euros desviados de su verdadero destino, nos montamos en la máquina del tiempo y quisimos retroceder a épocas dónde la palabra ética, por no hablar ya del honor, existían en el vocabulario. O al menos, nos gustaría pensar que existía. Es el único consuelo que nos queda…

Juan Carlos Rubio

 

Ahora soy yo quien va a añadir alguna pequeña cosa sobre la aventura de escribir esta obra. Juan Carlos ha contado lo fundamental, cómo surgió la idea y cómo tuvo a bien compartirla conmigo. Y yo, que antes de autora soy mujer, no pude negarme cuando un hombre tan atractivo al que, además, admiraba desde hacía años, me invitaba a subirme a ese barco. Y me subí, incluso fui a encontrarme con él en Londres. Si de Shakespeare íbamos a hablar, ¿dónde mejor que en tierras inglesas?, nos preguntamos Juan Carlos y yo.Es muy difícil explicar qué se siente mientras se escribe, pero cuando nosotros hablábamos de la trama, de los personajes, se nos aceleraba el corazón. Era excitante comprobar cómo Shakespeare, varios siglos después de muerto, nos daba alas para pensar en esta historia. Al menos yo sentía su presencia velando nuestras páginas, me lo imaginaba leyendo por encima del hombro en aquellos pubs ingleses donde nos reuníamos. Todavía hoy me emociono cuando lo recuerdo. Gracias Juan Carlos, gracias William.
Debo reconocer que tuve manía al gran escritor inglés durante años. Quizá porque había visto obras suyas por todas partes y todo el mundo de la profesión hablaba maravillas de él. Para cualquier actor, representar a Shakespeare supone el súmmum de una carrera. Para cualquier autor, un ejemplo de lo bien escrito. Me caía gordo, qué le vamos a hacer. Luego atravesé la dimensión de la ceguera y le descubrí, no hace tanto, así que cuando Juan Carlos me habló de la posibilidad de escribir sobre un objeto de Shakespeare encontrado en un pueblo donde nunca estuvo, me pareció fascinante. Dale una excusa a un autor y se enganchará al carro de la creación sin preguntar. Eso hice, y recorrer este camino que ha conducido hasta Shakespeare nunca estuvo aquí ha sido una aventura que repetiría una y mil veces.
Tan solo hay algo que lamento, y es que el protagonista detonante de quien partió todo, el auténtico William, no pueda ver la obra. Y si la ve, dudo mucho que se comunique con nosotros como a mí me gustaría, que es como aparece en nuestra obra, ingenioso y divertido. Pero quién sabe… Me encantaría conocer qué opina de la trama, del enredo, de los diálogos que le hemos escrito incluso a él. Con todo el respeto, faltaría más.
A tu salud, querido Shakespeare. Te esperamos sobre el escenario.

Yolanda García Serrano

 

 

Shakespeare nunca estuvo aquí

[fragmento]

SHAKESPEARE. “No quiero volver a verte nunca más…”. Qué falta de profundidad, qué manera de destrozar el final de un acto.
WILL. ¿Qué querías que hiciera?
SHAKESPEARE. ¡Retenerla, demonios! Un hombre debe hacer lo que debe hacer. Y tu obligación es impedir que se marche de esa manera.
WILL. Tú mismo dijiste que un hombre debe enamorarse con la cabeza. Te burlaste de mí.
SHAKESPEARE. Adoro el conflicto, es la clave de toda buena historia. ¿Estás tonto o qué? Ve a buscarla.
WILL. Me ha descubierto. No tengo opción.
SHAKESPEARE. Lo dicho, estás tonto.
WILL. Ahora lo publicará en su periódico. Menuda vergüenza para mi abuela, mis amigos, el pueblo entero.
SHAKESPEARE. A mí el pueblo no me interesa. Hablo del amor.
WILL. ¿Pero tú has visto sus ojos? Destilaban odio.
SHAKESPEARE. Tenemos distintas percepciones de la realidad.
WILL. Debe de ser porque tú muy real no eres.
SHAKESPEARE. Pero soy más listo que tú. Julie no te odia.
WILL. No, me admira ¡me idolatra! Es justo lo que me ha dicho.
SHAKESPEARE. Llevo siglos analizando el alma femenina. Está disgustada por tu mentira.
WILL. ¡Y yo con la suya! ¡Me engañó!
SHAKESPEARE. Pues por eso, calma. Con una dosis de paciencia y otra dosis de sinceridad, caerá el velo que oculta vuestros sentimientos.
WILL. Y luego el cursi soy yo…
SHAKESPEARE. En mi caso está justificado, porque pertenezco a otro siglo donde las palabras eran auténticas obras de arte. Ahora los jóvenes no sabéis hablar.
WILL. Pues a ver si esto lo entiendes. Si hubo algo entre Julie y yo se acabó. Tú mejor que nadie conoces los finales trágicos. Este es el mío.
SHAKESPEARE. ¡Qué sabrás tú de tragedias!
WILL. Lo que aprendí de ti.
SHAKESPEARE. De momento, no ha muerto nadie. Se echa de menos un veneno por aquí, una daga por allá… Pero como los tiempos han cambiado, no veo ningún cadáver en el horizonte.
(Will se encamina hacia la puerta de la calle.)
SHAKESPEARE. Y eso que tú, amigo, pareces un muerto viviente… ¿Pero a dónde vas? ¡Sube a buscarla!
WILL. No. Iré a buscar leña. Puede que eso sepa hacerlo bien. Quizá sea lo único.
SHAKESPEARE. Vaya, tendré que conformarme con un final mediocre entonces.
WILL. Un final mediocre es lo que mejor va conmigo.
SHAKESPEARE. Ay, si pudiera reescribir tu vida…  Mas no puedo. ¿Un traguito para consolarnos?
(Shakespeare coge la botella de whisky.)
WILL. Haz lo que quieras…
SHAKESPEARE. ¡Espera!
(Will se gira y mira a Shakespeare.)
SHAKESPEARE. ¿Quieres saber qué es el amor?
(Will como toda respuesta sale y da un portazo. Shakespeare se queda solo.)
SHAKESPEARE. ¿Es eso un no? Ay… El amor es un humo que sale del vaho de los suspiros; al disiparse, un fuego que chispea en los ojos de los amantes; al ser sofocado, un mar nutrido por las lágrimas de los amantes; ¿qué más es? Una locura muy sensata, una hiel que ahoga, una dulzura que conserva… El amor como ciego que es, impide a los amantes ver los divertidos errores que cometen…
(William Shakespeare da un buen trago de la botella. Los chorros vuelven a salir por su cuerpo.)
SHAKESPEARE. Vaya, he vuelto a cometer el mismo error… (Mira a la puerta por la que ha salido Will.) Y vosotros también, Julie Spencer y William Forrest. Vosotros también.

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