N.º 6  De aquí y de ahora. Teatro Español Contemporáneo

sumario

Efecto espectador

Julio Fernández Peláez

SUAREZ, Xavier.
Caballo negro sobre fondo negro
LUHU Ediciones, 2015.
ISBN: 978-84-943739-6-1.

El efecto espectador es el fenómeno por el cual es menos probable que reaccionemos frente a una emergencia cuando están presentes otras personas, además de nosotros mismos. La inacción quedaría, de este modo, justificada con la inacción de los demás, de aquellos que tampoco se atreven a dar el paso. Víctima de nuestra mirada aterrorizada, la conciencia encuentra, de esta forma, un refugio en la “masa”. ¿Por qué tengo que ser yo quien ayude si nadie lo hace?
Este síndrome, también llamado Genovese, es ampliamente estudiado en psicología social y tiene su origen en lo acontecido en New York, en 1964, cuando una joven, Kitty Genovese -según la prensa de la época-, murió a manos de un asesino en serie, en plena calle, mientras los vecinos asistían desde sus ventanas al crimen, sin ser capaces de llamar a la policía hasta que fue demasiado tarde. Aunque en realidad, y de acuerdo con estudios posteriores, es probable que los vecinos no alcanzaran a ver realmente lo que sucedía, e incluso pudiera darse el caso de que alguno llamara efectivamente a la policía, lo cierto es que Kitty Genovese pasó a la historia como símbolo y metáfora de la incapacidad de la sociedad para reaccionar frente a la desgracia, un estigma que en la actualidad parece tener una directa analogía con lo que cada día sucede en el mundo -si sustituimos las ventanas físicas por las ventanas virtuales de plasma de los medios-.
El síndrome Genovese tiene, además, una consecuencia directa sobre la culpabilidad que pudiéramos atribuir a los asesinos. La responsabilidad es compartida entre quienes ejercen la violencia desde la irracionalidad y quienes conscientemente se auto inhiben, pero la culpa se dirige especialmente hacia los segundos: Ellos son los “auténticos” culpables, pues a diferencia de los primeros, poseen juicio pleno sobre lo que ocurre ante sus ojos.
Contra ellos, precisamente, va dirigida la venganza difusa y casi abstracta de EQUIS, el personaje central de Caballo negro sobre fondo negro, el cual, y tal que un caballo de Troya en el interior de una ciudad hostil y sumida en el cinismo, no acepta otro camino que una venganza que sea capaz de resarcir los daños morales causados, pero no contra el origen de tales daños sino contra quienes viven impasibles frente al dolor de los otros.
ZETA e YGRIEGA, un matrimonio sin otra actividad conocida que la de organizar encuentros filosóficos en su propia casa, serán sus víctimas, no tanto por el hecho de planear estas sesiones con el explícito deseo de “burlarse” de quienes acuden a ellas, sino por la condición de seres extremadamente racionales, personas capaces de pensar lúcida y lúdicamente, y dejando a un lado cualquier emoción que pudiera enturbiar sus juegos intelectuales. Una venganza, sin embargo, que solo dará comienzo una vez que la pieza haya finalizado: De manera que sea el lector, el único capaz de imaginar cómo ha de llevarse a cabo.
Con algunos guiños al cinismo y la crueldad de ¿Quién teme a Virginia Wolf? de Edward Albee, la conversación manejada por ZETA e YGRIEGA, nos dirige, con claro empeño, hacia un mundo críptico y cifrado donde lo que se dice sin aparente peso acaba por tener un significado profundo. «Si no puedes hacerte invisible frente a los otros, haz que los otros sean invisibles para ti», dice ZETA casi al final de la pieza, tratando de justificar con esta forzada invisibilidad la absoluta falta de moral que todo lo contamina.
Convertir en invisibles a los otros, a quienes configuran esa otra realidad ajena a la nuestra, parece ser la indeterminada tarea que el poder ha encargado a sus súbditos, al tiempo que los que pretenden rebelarse y modificar su destino –EQUIS entre ellos-, se ven en la obligación de admitir su diferencia invisible, si quieren que su silenciosa lucha obtenga resultados.
Mediante un juego de alteridades, dominado por la desconfianza hacia los demás, los personajes de Caballo negro sobre fondo negro, se sitúan en la escena aceptando la pasividad como mejor manera de dar rienda suelta a sus divagaciones –de modo similar a como Pessoa construía sus artificios de teatro estático, aunque sin llegar a una total ausencia de movimientos-. Una desconfianza que enfoca la acción hacia lo interior, y que convierte en drama todo aquello que los personajes no son capaces de descifrar –de los demás y de sí mismos-. Una desconfianza que alcanza al propio lector.
Esta pieza, ganadora del I Certamen “Nuevos Dramaturgos”, organizado por LANAU ESCÉNICA de Madrid, demuestra que la literatura dramática en nuestro país sigue abriendo nuevas vías de expresión, alejadas de lo convencional, e inmersas en poéticas experimentales y sin una obvia traslación a escena. Mediante un lenguaje coloquial pero por el que se filtran todo tipo de reflexiones de carácter filosófico, la pieza nos traslada a un universo narrativo complejo, antinaturalista en muchos aspectos pero de una gran crudeza en otros, aunque capaz, siempre, de atraparnos en la intriga de la dilación, de la moratoria salvaje, de esa espera medida de la que sospechamos cómo ha de acabar, pero que no es capaz de darse un fin, sin embargo.

 

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