N.º 45Juego dramático y pensamiento crítico

 

EL TEATRO TAMBIÉN SE LEE

Teatro y ciudadanía

Enrique Cabero Morán
Profesor de la Universidad y candidato a la Alcaldía de Salamanca por el PSOE

La lectura de la descripción de Melibea, expresada por un Calisto embelesado con palabras henchidas de pasión, facilitó a mis ojos adolescentes la admiración de un paisaje arcádico. El canon renacentista de belleza se unía a la confusión cruel, desde el despego hiriente de Sempronio, del amor con la necedad. Sea como fuere, Fernando de Rojas, estudiante de la Universidad de Salamanca, a escasos centenares de metros de un dormitorio con vistas al parque de Picasso, había imaginado a una joven con “los ojos verdes, rasgados; las pestañas luengas; las cejas delgadas y alzadas; la nariz mediana; la boca pequeña; los dientes menudos y blancos; los labios colorados y grosezuelos; el torno del rostro poco más luengo que redondo; el pecho alto”. Y es que “la redondez y forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? Que se despereza el hombre cuando las mira”. Con “la tez lisa, lustrosa; el cuero suyo oscurece la nieve; la color mezclada, cual ella la escogió para sí”.

La Celestina, de Fernando de Rojas, dirigida por Robert Lepage. Fotógrafo: Daniel Alonso. Fuente: Archivo CDT.

Esta obra maravillosa, La Celestina, escrita para ser leída igualmente en la soledad de la alcoba del aún célibe o en la compartición del escenario de un afamado teatro, logra la perfecta combinación de la tragedia y la comedia, de lo excelso y lo sórdido. Fernando de Rojas la concibe para su lectura individual o colectiva, pues su representación con los medios de la época resultaba imposible, y la promoción del teatro leído, manifestación cultural especialmente satisfactoria para expertos y profanos. Me encanta el teatro leído, “la lectura dramatizada de textos teatrales que tan solo exigen una mínima adaptación para ser representados con la ayuda fundamentalmente de la palabra, a cualquier edad, únicamente con la condición de un dominio lector a niveles aceptables, y en múltiples espacios, que se pueden transformar de su cotidianeidad a la condición de escenario” (definición de Héctor Pose Porto ofrecida por el “Diccionario digital de nuevas formas de lectura y escritura”, http://dinle.eusal.es).

La divulgación de las obras teatrales a través del fomento de su lectura contribuye al solaz culturizante de personas y sociedades. No sólo de su representación vive el teatro, sin menoscabar la extraordinaria relevancia de esta, sino del disfrute de sus contextos y diálogos leídos con o sin voz. La radio lo demostró, verbigracia, no hace tanto tiempo. El pasado 4 de marzo, con motivo del acto académico recordatorio de la concesión por la Universidad de Salamanca tal día de 1922 del doctorado honoris causa a Teresa de Cepeda y Ahumada, la Santa por antonomasia, la poeta Ester Bueno Palacios reivindicaba la lectura en voz alta de textos literarios, con públicos y en lugares diversos, como concreción del hecho creativo y herramienta para garantizar el derecho ciudadano de acceso a estos. Me complace sumarme a su atinada propuesta.

La lectura deviene en imaginación y esta en poder. Aquello que se imagina nace idealmente y se encuentra en condiciones de hacerse realidad en un futuro más o menos cercano. De ahí la importancia de la que dispone el teatro para la generación de imaginarios políticos, para la inspiración de modelos ideológicos y la persuasión, para la acotación de fines y objetivos acerca de la denuncia de situaciones injustas y de la correlativa llamada al cambio. Recuérdense, en este sentido, las sugestivas reflexiones de Erwin Piscator, fundador del grupo “Teatro Proletario” y uno de los principales promotores, junto a Bertolt Brecht, del denominado teatro épico, en su libro El teatro político. En este tratado, porque efectivamente se presenta como tal, Piscator construye un discurso constatado con su experiencia, en el marco de la Constitución alemana de Weimar, dirigido a argumentar con agudeza la interacción privilegiada entre teatro y política.

En nuestros días, el poder económico ha usurpado funciones del poder político y, por ello, crece peligrosamente el déficit en el balance democrático. También ha hurtado facultades inherentes a la persona, por lo que derechos y libertades tienden a situarse en un ámbito meramente formal. Dicen los poderosos que la ciudadanía debe centrarse exclusivamente en el corto plazo e intentar sobrevivir, dado que bastante hace sufriendo el estrés, las deudas, la angustia vital y la frustración por no alcanzar el obligado éxito personal y profesional. Parece, así las cosas, que solamente puede imaginar quien tenga licencia para ello. La imaginación cautiva se tolera si está al servicio del control social y se acepta, por su falsa inocuidad, si se ha apropiado absolutamente de su titular obnubilado, circunstancia que se da en los dementes, enamorados y poetas, como comentan Teseo e Hipólita en Sueño de una noche de verano de William Shakespeare.

Lo cierto es, y que no se olvide en el marasmo, que la lectura y el teatro se convierten en adalides de la imaginación transformadora y, consiguientemente, de la participación política, la defensa de las ideologías y la revitalización de la ciudadanía, instrumentos imprescindibles para desencorsetar el futuro y recobrar el medio y largo plazo. Precisamente la conquista de lo aparentemente imposible se halla en la base del progreso. La proclamación del derecho a soñar permitirá que despiertos y con realismo pidamos lo imposible, recordado lema blanquiano de mayo del sesenta y ocho, puesto que lo posible coincide simplemente con aquello que ahora existe.

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